Monday, December 17, 2007

Diez años de "Pastoral Americana", de Philip Roth

Este 2007 que se nos va ha sido un año fecundo. Hemos tenido como fiesta letrada por excelencia la conmemoración de los cuarenta años de la publicación de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Sin embargo, como que a no pocos se les ha pasado la celebración, o, por lo menos el recordatorio, de la mejor novela de quien para muchos, y para mí, es el mejor novelista en el mundo hoy por hoy, el norteamericano Philip Roth (New Jersey, 1933).

- Oye, Gabriel, ¿por qué no reseñas un libro de estos años? – Me preguntará un fiel lector o lectora del diario.
Digamos que la pregunta tiene mucho asidero. Parte de la regularidad de las reseñas que presento tratan de abordar libros que por esas injusticias de la vida pasan desapercibidos en los diarios gracias a ese morbo llamado “la inmediatez”. Más que nada, mis reseñas, en su gran mayoría, están abocadas a libros de otras lenguas, parajes y tradiciones. Sólo tengo un requisito: que el libro sea bueno y que me guste, lo cual no es lo mismo a que no me guste y el libro sea bueno. Desplegar objetividad se ha vuelto una costumbre más que edificante.
Me encontraba resaltando los apuntes de “Cartas del norte”, de Luis García; y “Noches de cocaína”, de J. G. Ballard; cuando me di con la sorpresa de que un lomo grueso me miraba y miraba. Esto suele pasarme con los libros, pero este lomo tenía una peculiaridad: estaba casi tapado por otros libros, de lomos igual de gruesos, pero que a la vez tenían a Philip Roth como autor. Me acerqué al lomo en cuestión, lo revisé, las hojas exhibían más de un trazo o nota a pie de página que reflejaba mi capricho. Decidí leer las diez primeras páginas, pero no pude resistir la tentación de quedarme horas y horas, seguidas, sin levantar la cabeza, sólo con intervalos para tomar agua o prender un Marlboro, hasta llegar a la última página de esta novelaza llamada “Pastoral Americana”.
“Pastoral Americana” está compuesta por tres grandes capítulos: “Paraíso recordado”, “La caída” y “Paraíso perdido”, los cuales son cruzados por nueve extensos capítulos que en lugar de cerrar los tres capítulos permiten la sucesión de hechos en torno al protagonista Seymour Levov, “El sueco, abordado por el personaje fetiche de Roth, el escritor Nathan Zuckerman, presente también en las novelas “La mancha humana” y “Me casé con un comunista”, las cuales forman una trilogía en la que se disecciona a la clase media norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Obviamente, si alguien pretende escribir novelas, pues la lectura de esta trilogía es de por sí inevitable, puesto que ésta ofrece una tradición personal que engloba distintas tradiciones, una ruptura temática y estructural que no descansa en la nada, sino que se nutre a partir de la asimilación de la novela decimonónica, la cual es, a todas luces, el siglo de la novela por excelencia.
Roth en “Pastoral Americana” nos pinta al anciano Seymour Levov, este hombre lo tiene todo: de joven fue admirado, sigue siendo envidiado por sus enemigos, le fue muy bien en el negoció que heredó, se casó con la mujer de sus sueños, etc. Sin embargo, Zuckerman, apelando a su mirada inquisitiva, descubre que este “hombre modelo” esconde un trauma emocional: su hija Meredith es una terrorista buscada por la policía.
Es a través de este trauma que Roth disecciona lo que la sociedad norteamericana siempre se empeña por esconder, y en la que paradójicamente no duda en mostrar de forma “involuntaria”: la doble moral, la cual está muy bien detallada en el capítulo “La caída”, el cual es el más largo, por momentos asfixiante por el derroche de Roth por las descripciones detalladísimas, comprendido por los capítulos del 4 al 6.
Últimamente se están reeditando todas las novelas de Philip Roth, la tarea la ha emprendido Seix Barral. Roth es un autor de un nivel parejísimo y, pese a su estado de salud y avanzada edad, continúa entregando libros no menos que deliciosos. Sin embargo, no se puede tener una idea clara de su narrativa si se pasa por alto a “Pastoral Americana”. Como se sabe, hay escritores de obra constante y sólida, pero estos tienen obras mayores, la que condensa mejor su propuesta narrativa. Así como García Márquez tiene su “Cien años de soledad, Vargas Llosa su “La guerra del fin del mundo”, Cormac McCarthy su “Meridiano de sangre”, Thomas Pynchon su “Arco iris de la gravedad”, pues Roth tiene su “Pastoral Americana”.
Todo indica que “Pastoral Americana” llegará a las salas de cine en 2009. La tarea la emprenderá el cineasta australiano Phillip Noyce, con relativa experiencia en adaptar novelas al cine. Esperemos, o mejor dicho, rogamos, que Noyce esté a la altura de tamaña empresa.
Estuve a punto de no escribir este artículo. Al parecer los responsables de la edición de “Pastoral Americana” que tengo, Punto de Lectura, se “emocionaron” de tal manera que consigan el año de publicación el de 1968. No pues, se publicó en 1997 y tuvo su primera traducción al castellano en 1999.
Este artículo fue publicado el 17 de diciembre en Siglo XXI

Tuesday, December 11, 2007

"Algo que nunca serás", de Guillermo Niño de Guzmán

Si tengo que rendir cuentas con mi condición de reseñista que sólo escribe de libros que le gustan, pues se lo debo íntegramente al escritor peruano Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955). A Niño de Guzmán lo leo desde siempre, y es por medio de lo que él escribe sobre literatura que aprendí lo que es el rigor generoso.

Basta citar los libros “Caballos de medianoche” y “Una mujer no hace un verano” para darnos cuenta de que su género natural es el cuento. A la fecha, estos títulos son de una referencia obligada para todo aquel que desee saber cómo va este género en Latinoamérica. Niño de Guzmán tiene la sana costumbre de sólo presentar a la imprenta libros cuajados, por ello, no es nada raro que los títulos mencionados hayan sido publicados en las décadas del ochenta y noventa, del siglo pasado, respectivamente. No exagero si cuento que conozco a más de uno que se siente sumamente agradecido con “Caballos de medianoche”, el cual es, hoy por hoy, un clásico de las letras peruanas.

Hace unos días salió a la venta su tercer libro de relatos, “Algo que nunca serás”, lo que significa todo un acontecimiento signado por una actitud que veo pocas veces: la solidez del libro, muy lejos de la inmediatez en la que parecen estar imbuidos muchos narradores con tal de estar presentes en la boca de todos, muchas veces ofreciendo libros patentados por la falsedad.

Con este tercer libro de relatos, el autor comprueba el por qué el cuento debe tomarse su tiempo para cuajar, como el buen vino que adquiere calidad bajo la supervisión del tiempo. Los nueve cuentos de “Algo que nunca serás” se dejan leer de manera lineal y clara, pero a diferencia de sus dos libros anteriores, estos tienen la característica de la búsqueda de nuevos tópicos relacionados a la categoría de lo fantástico, pero que parten de la ambigüedad sensorial caracterizada por las alucinaciones y el desequilibrio. Por ello, es posible toparnos con relatos como “La cometa”, “Historia del Zoo”, “Montblanc” y “El desierto celeste”, donde lo que “no es” termina siendo cierto, en clara sintonía con el pulso de desazón de sus personajes, la mayoría de ellos arropados de una fortísima impotencia existencial de la que parecen no poder salir. Como también abordar la realidad cotidiana con finales inesperados, como sucede con “Sombras nada más”, “Café y cigarrillos” y “Desnudos”; y claro, lo autobiográfico en “Viejo ángel de la medianoche”, y una veta temática poco explorada sobre el autor de “El Aleph” en “La vida sexual de Borges”.

Pueda que suene un tanto contradictorio, o sea, celebro a más no poder la publicación de este libro que reafirma mi fanatismo por este autor, pero tampoco puedo pasar por alto que después de más de diez años sin publicar, hubiera sido perfecto que el presente volumen tenga tres o cuatro cuentos más.De los títulos de “Algo que nunca serás”, pues difícilmente abandonarán mi memoria “La vida sexual de Borges”, “Historia del Zoo”, “Sombras nada más”, “Desnudos” y “Viejo ángel de la medianoche” (el mejor de todo el libro, en éste vemos un genuino viaje a los infiernos del autor cuando visitó San Francisco y conoció a los poetas Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti, insignes representantes de la famosa Beat Generation).

Dicen los entendidos en cuento, que dicho sea, es el género más difícil de amalgamar, que un libro de relatos se justifica cuando tiene uno o dos de buena factura. Pues bien, el presente libro tiene más de … En líneas generales, tremendo librazo. Certero y contundente.

Guillermo Niño de Guzmán es responsable también de un par de libros que me han servido de joven como bitácoras de lecturas: “En búsqueda del placer” y “Relámpagos sobre el agua”, en estos es patente la pasión del autor por los autores que lo han marcado. Pasión que sólo debe tenerse con los libros que valen la pena, puesto que ésa es la mejor manera de afianzar un compromiso sólido con la literatura.

Editorial: Planeta.

Nota: Esta reseña salió publicada el 11 de diciembre en Siglo XXI.

Monday, December 03, 2007

"Ella y La orgía perpetua", de Ana Muñoz de la Torre

Como se podrá colegir, en la literatura no hay parcela que brinde mayor libertad que el formato de la novela. En ella podemos amalgamar lo que parece estar perdido, ya sea a razón de un carente hilo argumental, como casi siempre sucede en quienes se atreven a escribir en este género. Es por eso que resulta tan apasionante como sumamente arduo.

En la novela “Ella y La orgía perpetua”, Ana Muñoz de la Torre nos presenta a “Ella”, personaje que nominalmente nos remite a un constructo singular pero que al mismo tiempo tiene la riqueza de que a través de su nominación pueda representar a “todas” por igual, porque “Ella” es tierna, vesánica, sensual, traviesa, alegre, triste, enamoradiza, etc., o sea, engloba lo que es imposible asir en una sola voz, sumado a que cada situación que nos cuenta o, mejor dicho, susurra, lo hace a través de perfiles o “viñetas” que encierran una situación en particular, con finales abiertos o cerrados, en un regodeo existencial por el detalle.

¿Y “La orgía perpetua”? Pues “La orgía perpetua” es la vida misma, aquella que nos presenta innumerables sucesos que pierden esencia y sabor si uno se atreve a darle una lógica, una razón de ser que justifique su curso. “La orgía perpetua” es el crisol del que “Ella” se nutre, haciendo suyo lo que su impulso sensorial le presenta. Por eso, esta novela tiene un factor que muy pocas veces se ve: la fuerza de la atmósfera acicateada por el azar, lo que en líneas generales es una crónica de encuentros y desencuentros, signados por la mirada inquisitiva y lúdica de su voluble protagonista.

Una novela, digámoslo de alguna manera, posmoderna. Posmoderna en el sentido del quiebre que ofrece con la tradición de la novela, en la que no hay una gran historia, pero sí pequeños sucesos que adquieren solidez en conjunto, como una muestra orgánica de lo que parece ser un relevo natural de este género que no pocas veces se ha visto salpicado de lugares comunes e historias ya contadas de la misma manera.

Novela curiosa, y como toda novela, pues ésta no está libre de falencias, las cuales tienen que ver mucho con lo escrito líneas arriba: la ausencia de un gran argumento, aún así suene contradictorio, puesto que el aliento de esta entrega nos deja con la inquietud de que sí valía la pena una base argumental en el que “Ella” se desplazara. Todas las novelas tienen dos clases de caídas: por defecto o ambición. Y si no fuera por su grado de ambición (tengamos en cuenta que una de las maneras de hacerla fácil en novelas episódicas y “atmosféricas” como ésta es precisamente su corto alcance), “Ella” terminaría quedando en el olvido.

Por otro lado, con esta entrega Muñoz de la Torre está a punto de consolidar lo que pocos logran con un primer libro: una voz narrativa propia, la misma que descansa en la sugerencia.

Como se sabe, “Ella y La orgía perpetua” nació del blog del mismo nombre. Y ésa es la única ligadura que tiene con su génesis virtual. Seguramente más de uno pensará que nos encontramos ante una desorbitada novela de calientes encuentros lúbricos. Pues no. Ésta se ubica muy lejos de ello, aunque valgan verdades, el título termina despertando curiosidad por el contenido de sus páginas, lo cual no nos llevará a un recuento personal de aventuras sexuales explícitas, pero lo que queda clarísimo es que nos sumerge en literatura de muy buena calidad.

Indudablemente, Muñoz de la Torre es una autora a la que desde ya se tendrá que seguir la ruta.

Editorial: Gens Ediciones.
Nota: Esta reseña fue publicada el 3 de diciembre de 2007 en Siglo XXI

Saturday, December 01, 2007

El primer número de "American Splendor" (sobre Robert Crumb y Harvey Pekar)

No confío en los biopics que se realizan de los artistas. Es decir, hay mucho espíritu edulcorado que no pocas veces termina bastardeando la real magnitud tanto creativa como personal del personaje biografiado. Ejemplos hay hasta para dejar de contar. Siempre es lo mismo, no dicen nada nuevo, como si el temor de retratar lo que verdaderamente son, o fueron, en vida, sea un lastre que finalmente pueda transformar la veneración en un palpable “ajuste” de cuentas. No es la primera que vez que esto ocurre, lamentablemente el miedo a diseccionar al artista admirado termina jugando un papel no deseado.

Cuando se trata de hablar del gran aporte de Robert Crumb y Harvey Pekar al imaginario del cómic, tendríamos que remontarnos a la primera fuente, a la que está más a la mano: la película “American Splendor”, de Robert Pulcini y Shari Springer Berman. La película trata, principalmente, de los inicios del aún vivo Harvey Pekar (Cleveland, 1939). En ella hay una escena que vale mucho más que muchas biografías de lugares comunes. En la mentada escena tenemos el encuentro entre unos bisoños Harvey Pekar y Robert Crumb (Filadelfia, 1943) en una venta de garaje, donde ambos muestran interés por un disco de blues y jazz de Jay McShann. Esta, aparente, inane unión de gustos deviene en lo que sería una de las amistades más férreas de las que se tengan noticia. Anoto lo de la amistad ya que, por lo general, el mundo interior del artista es muy complejo, y en parte esta complejidad yace en un egoísmo a ultranza. Los tambores de la inconformidad estaban en sus redobles álgidos ya que desde 1962 era posible “palpar” lo que años después llegaría a ser una de las manifestaciones tangibles de la guerra fría: la guerra de Vietnan.

En la película la amistad de los entonces aún no reconocidos Pekar y Crumb está retratada tal y como es: la impotencia de Pekar por ilustrar sus historias mínimas y la falta de historias que ilustren las inquietudes de Crumb. Ambos pasan interminables tardes leyendo y dibujando, y claro, escuchando música. La vida le depara a Crumb la posibilidad de ir a San Francisco para que éste beba de la efervescencia cultural que se daba en un ambiente en el que se descubría y gozaba de las bondades de los alucinógenos y se vivía al límite las protestas antibelicistas. No pasa mucho tiempo para que Crumb empiece a gozar del prestigio como dibujante e historietista, pero hasta esa época sus viñetas se defendía solas por el alto concepto que ellos encerraban. Como se sabe, Crumb es un referente ineludible de la deformación y la corrosión en el dibujo, rama figurativa en la que él entregó un verdadero clásico del cómic subte como, por ejemplo, las aventuras del gato Fritz.

Es quizá lo hecho por Crumb y Pekar con el primer número de “American Splendor” lo que termina cimentando un diálogo enriquecedor entre la narración y el dibujo. Lo hecho por ambos rompió con los prejuicios, que también se dan en el mundo del arte, que malsanamente estipulan de que el cómic es, ante todo, un arte menor que yace exclusivamente en la potencia de las viñetas, relegando la posibilidad expresiva de la palabra a un lugar muy subalterno. Pekar escribía las historias y Crumb les daba vida a través de unos dibujos provocadores, dibujos estos que al día de hoy superan lo hecho por él en el curso de los años. Si Crumb goza del merecido prestigio que tiene, se debe a sus ilustraciones de su etapa como artista independiente, pero muchos amantes del cómic desconocen ese alto grado de expresividad de Crumb al ilustrar ese ya clásico y mítico primer número de “American Splendor”, y se hace necesario no descuidar ese legado porque, sin exagerar, se trata a todas luces del mejor Crumb.

“Amercan Splendor” vino a refrescar el ambiente contracultural de los 60 puesto que aquellos años, si bien es cierto que fueron muy estimulantes para las artes, también se caracterizaron por presentar cualquier bodrio como algo original que iba contra el sistema imperante. Todo indica que ésa era la consigna. Lo de esta primera publicación fue una manifestación casi profética de lo que ocurriría después, pero lo sustancial, y lo que a la vez no se quiere reconocer, es que la ácida crítica de las historias de “American Splendor” partían de una sencillez irreprochable: de la historia como texto y del dibujo como medio. Pekar y Crumb no fueron presas de una alocada algarabía contestataria, ya que detrás de esas historias había un cuestionamiento existencial y social que partía de la soledad e incomprensión del individuo mismo y del individuo con su entorno. Ergo, Pekar y Crumb exhibieron una propuesta, detalle del que carecieron muchos entusiastas de las revueltas y disidencias a lo largo de los 60 y 70.

Pekar, al igual que los mejores novelistas, procesaba todo lo que le rodeaba, nadie se salvaba de su mirada aguda, ni amigos ni enemigos. Lo suyo era colar los grandes dramas humanos haciendo uso de frases cortas y secas que descansaban en el detalle como punto de inflexión, bastaba una mirada, una palabra, un gesto por lo demás inanes para ofrecernos la cuota de talento de quien sea no sólo es un gran historietista, sino también uno de los más grandes fabuladores de la segunda mitad del siglo XX.

Ambos artistas gozan de reconocimiento, indudablemente que la figura de Crumb puede ser mucho más conocida, pero aún así, lo que pareció ser un experimento de juventud con “American Splendor” ha terminado siendo el mejor trabajo de este par de aún irreverentes creadores, a los que tiene que conocerse a través de su trabajo, y si es bajo la protección de las páginas del primer número de “America Splendor”, tanto mejor.
Nota: Este artículo apareció en la edición de diciembre de Literaturas.com

"Besos de fogueo", de Montero Glez

Referirnos a Montero Glez (Madrid, 1965) está demás. A estas alturas corremos el riesgo de ser circulares hasta con una breve introducción puesto que quién no ha disfrutado con la fuerza en vértigo de Sed de champán, Cuando la noche obliga y Manteca Colorá, novelas que han conseguido la no muy común alternancia del reconocimiento de la crítica con la fidelidad del público lector.

Con Besos de fogueo (El Cobre, 2007) tenemos ante todo el backstage de lo que hemos leído en sus celebradas novelas, es fácil poder rastrear los impulsos que este autor ha sabido desplegar en el formato más libre de los géneros literarios, teniendo a su estilo, que en no pocas ocasiones el autor ha calificado como “Folclore cósmico”, como el verdadero protagonista que se lleva de encuentro a la historia como asunto, el cual adquiere vida en cada línea de estas 95 páginas contundentes. Y no es exageración lo que diré, a riesgo de pecar de avezado: pues no dudo en calificar a Glez como el mejor narrador de estilo hoy por hoy en lengua castellana. Estilo que no descansa en la nada, en el nacimiento espontáneo, sino que éste se nutre de lo mejor de la tradición de nuestra lengua, de los años maravillosos en la que ésta adquirió fuerza y esplendor: El Siglo de Oro.

Cosa curiosa: no recuerdo haber leído prólogo alguno que tenga todos los visos de relato, donde la pulsión narrativa guarde ritmo y sano atropello en la frialdad de un texto introductorio. En claro testimonio de que en Glez sí es posible notar lo que muchos demoran años, hasta toda una vida, en consolidar: el proyecto de escritura y la voz propia en la que descansa. Glez nos susurra en su prólogo las idas y vueltas de estos cuentos, de lo que puso ser, de lo que es y de lo próximamente será ante la inminente salida de su novela “Pólvora negra”, ambientada y sazonada en los apasionantes años de La Restauración.

Como sabemos, no hay tema prohibido para la literatura, todo es literatura si se sabe bien cómo contar, y la única manera de hacerlo, en especial con estos cuentos ambientados en los arrabales de la vida y la sociedad (no por ello menos estimulantes), es a través de la verosimilitud, la cual, no sé por qué, viene siendo muy denostada en pos de las libertades de la imaginación, que hay que aprovecharlas, obvio, pero que ante todo deben reflejar trabajo con la palabra y el contexto que sí demanda tiempo en quien se atreve a retratarlas. Este detalle es capital para entender lo que “Besos de fogueo” encierra ya que si bien es cierto que el conjunto es fuerte, paradójicamente no es lo mejor que Glez ha escrito, y me pregunto, a lo mejor con mala intención, ¿quién puede darse lujos así? La respuesta es una: un escritor de raza, con muchísimas lecturas encima, con harta vida para no sonar falso, y en especial, consciente de que tiene talento pero que a la vez éste no es suficiente para sacar adelante una obra que tiene fuertes cimientos en lo mejor de nuestra tradición.

Sin ánimo profético, me es necesario manifestar que este conjunto de relatos está llamado a ser un referente obligado para todos aquellos que en un futuro quieran saber la radiografía de la poética de este escritor que no se cansa de cuestionar con sutileza en prácticamente todo lo que escribe.
Nota: Esta reseña apareció en la edición de Diciembre de Literaturas.com

Sunday, November 25, 2007

"La cuarta espada", de Santiago Roncagliolo

Por sus declaraciones en las entrevistas brindadas a raíz de la novela “Abril rojo”, ganadora del premio Alfaguara 2006, el joven escritor peruano Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) daba a entender que su interés en los años de la violencia política que se vivió en Perú iba a ser el tópico de su siguiente publicación.

La violencia política, acaecida por más de quince años, sigue siendo motivo de debates encontrados en todos los aspectos. La literatura no ha sido ajena a ellos, su tratamiento en la ficción es un suceso que no se está tratando desde hace poco, por el contrario, desde los años previos al estallido de la primera incursión del grupo político-subversivo Sendero Luminoso, algunos narradores peruanos empezaron a delinear el fenómeno para explicarlo, en parte, a través de la ficción, prueba de ello es el gran cuento “Una vida completamente ordinaria” de Miguel Gutiérrez, publicado originalmente en la revista Narración e incluido en la muy buena antología sobre la violencia política “Toda la sangre” del crítico Gustavo Faverón Patriau.
El abordaje a estos oscuros años que muchos peruanos quieren olvidar también ha dado verdaderas joyas en el formato de novela, como “Rosa cuchillo”, de Óscar Colchado Lucio; “Retablo”, de Julián Pérez; “Radio Ciudad Perdida”, de Daniel Alarcón; y “La hora azul”, de Alonso Cueto.
“La cuarta espada” es una crónica novelada sobre el fundador del grupo terrorista Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. Estamos ante un libro que no pretende dar una versión definitiva de ese líder sanguinario, es, ante todo, un acercamiento a los móviles internos que intentan explicar qué es lo que llevó a Guzmán a embarcarse en una empresa que generó los ríos de sangre de más 70 000 peruanos. En ese aspecto, exigirle a Roncagliolo un rigor investigativo está demás puesto que en el mismo texto el escritor deja en claro lo difícil que es, por ejemplo, conseguir una entrevista con Guzmán, recluido en una de las cárceles de máxima seguridad del mundo ubicada en una base naval, como también llegar a gozar de la confianza de las herméticas personas que lo acompañaron en esa locura que ellos llamaban “guerra popular”.
Roncagliolo, como buen narrador de asunto, apela a las técnicas novelescas para brindarnos una historia real, o siendo más agudos, su historia, su versión, por eso, hubiera sido saludable que el subtítulo en lugar de consignar “La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso”, hubiera tenido un singular “La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso, según Santiago Roncagliolo”.
Dividido en “La escuela del terror”, “La Guerra” y “La cárcel”, “La cuarta espada” cumple con su cometido: se deja leer, atrapa al lector, y nos permite conocer los puntos de vista de quienes conocieron abiertamente y veladamente a Abimael Guzmán, y también deducir qué piensa Roncagliolo sobre esos años, y sobre la sensación que le dejó meterse de lleno en un trabajo periodístico, por encargo, signado por el aura de lo imposible por redondearlo.
De las tres partes de este libro, pues no dejo de reconocer que las tres me gustaron, y quizá sea “La cárcel” la sección que más atraiga ya que es en ella donde Roncagliolo logra tener un contacto directo con la terrorista Elena Iparraguirre, pareja sentimental de Guzmán que se encuentra en una cárcel para mujeres. El encuentro del escritor con esta terrorista termina cerrando la búsqueda que termina dando sentido a este libro, y llama la atención de que la llegada a ella se haya dado por medio de los cauces del azar, senderos que sólo ofrecen las buenas novelas, ya que el contacto con Iparraguirre se lo proporciona un pastor evangélico que asistió a la presentación de “Abril rojo” en Lima, a mediados de 2006, o sea, en pleno tour book.
“La cuarta espada” es un libro polémico, en más ocasión tuve ganas de escribirle un mail a Roncagliolo para dejarle por sentado mi parecer, sin embargo, un libro que no genera polémica, que no es capaz de levantar críticas, favorables o contrarias, es sencillamente basura. Y en ese lado “La cuarta espada” está muy lejos de la indiferencia.
Este libro seguramente será muy vendido en España y en los países de Latinoamérica, por ello, no debe ser tomado como una verdad absoluta, sino que sirva de motivación a quienes no conozcan de esos aciagos años y, en especial, de Guzmán a buscar los otros libros que desmenuzan estos tópicos, como el referencial “Sendero” del periodista Gustavo Gorriti.
Por otro lado, no puedo dejar de decir lo siguiente: es de muy mal gusto que algunos periodistas que han “maltratado” al autor, ya sea a través de entrevistas o artículos, no se hayan tomado el trabajo de leer en su integridad el libro (pésima costumbre generada por el apuro de la bendita primicia), porque como escribí líneas arriba, ésta es la versión de Roncagliolo, y él lo deja por sentado en el libro mismo.
Editorial: Debate.
Esta reseñá apareció publicada el 25 de noviembre en el Diario Siglo XXI de Castellón, España.

Monday, November 12, 2007

"El enigma de París", de Pablo De Santis

Lamentablemente, los buenos escritores a veces están confinados a una modesta difusión. No pocas veces, para salir de esa parcela, los premios literarios terminan ofreciendo una posibilidad apreciable para que esas obras de los buenos escritores tengan el alcance que se merecen. Por eso, es necesario celebrar que “El enigma de París” se haya alzado con el Premio Planeta–Casamérica 2007. Es saludable también porque la novela es buena, y doblemente saludable porque a través de la difusión de la misma se podrá conocer lo anteriormente escrito por Pablo De Santis, notable narrador argentino que uno no sabe por qué gozaba del reconocimiento en círculos reducidos de escritores, cuando lo justo es que su obra debe de haberse conocido desde hace muchísimo tiempo. Muy bien por la megaeditorial que convocó este concurso, esta vez no metieron la pata, no hay hedor a premio arreglado.

Como lo señala el mismo título, “El enigma de París” es una novela de corte policial. Por suerte, la novela se escapa de las nomenclaturas temáticas que tanto están calando en la narrativa policial hispanoamericana: drogas, trata de blancas, sicarios a sueldo, caza recompensas, etc., las cuales apelan casi siempre a un lenguaje somático que afiance más la realidad ficcionalizada, ya que en esta clase de policiales, la historia cruda es tan importante a la crudeza de su lenguaje, una sin otra no pueden vivir, ni mucho menos llegar a ser relativamente aceptables, teniendo que cargar con el conocimiento responsable del contexto social representado, ya que el policial puede permitirse todo, menos la inverosimilitud.

Ahora, ¿qué de especial tiene “El enigma de París”? La respuesta es una: un gran canto a los logros de la imaginación, un ejemplo de cómo narrar sin ser burdo, de lo importante que es usar la inteligencia para mantener una historia que en apariencia amenaza con perderse en digresiones. Ergo, Pablo De Santis no sólo es un muy buen fabulador, sino que a esta cualidad se suma a que en cada página puede rastrearse esa condición esencial que tienen los narradores de raza: huida del talento para ampararse en la formación literaria que sólo se logra, aún así suene obvio, leyendo, leyendo mucho, torrencialmente.

Esta novela de De Santis está enmarcada en la tradición del policial – enigma que tiene mucha raigambre en la tradición anglosajona, la cual, paradójicamente, tiene como su máximo representante al norteamericano Edgar Allan Poe. Novela ambientada en 1889, narrada en primera persona por quien fuera el aprendiz de detective Sigmundo Salvatrio, quien da cuenta de su mentor Renato Craig y de los pormenores del oficio de las pesquisas. Craig se encuentra convaleciente de una innominada enfermedad y Salvatrio viaja a París para el congreso de Los Doce Detectives, en el cual los integrantes de este cónclave debatirán sus métodos de investigación, sin embargo, la muerte de uno de ellos en la entonces incipiente construcción de la torre Eiffel obliga a los otros miembros a dar con el asesino. Salvatrio y el detective polaco Víktor Arzaky, amigo de Craig, son quienes más empuje le ponen al misterio muy relacionado con una secta de fanáticos que están en contra de la culminación de la hoy famosa torre francesa.

Como todo buen policial, ya sea en la onda del hard boiled o del enigma, lo que interesa, aún más que el caso por resolver, es la composición de la fisonomía moral de sus personajes, de la relación que entre ellos existe y que a través de sus vasos comunicantes podamos conocer las pasiones y los motivos razonables que los mueven. En este punto, De Santis se vale de su basta experiencia para mantenernos en vilo porque cuando la novela parece caer, sale a flote un detalle, un diálogo, una opinión, un pensamiento que reencaucha el interés real del eje de la investigación: encontrar al culpable, o sea, gozar más del conflicto de sus sui generis protagonistas.

Como implícitamente escribí líneas arriba: “El enigma de París” es una muy buena novela, pero no es la mejor de este narrador argentino. Sin embargo, que la difusión comercial que la novela tiene a raíz de este importante premio sirva para que los lectores puedan acercarse a joyas apreciables de De Santis, anteriormente publicadas, como “El calígrafo de Voltaire”, “Filosofía y Letras” y la maravillosa “La traducción”.

Editorial: Planeta
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Esta reseña apareció publicada el 12 de noviembre en Siglo XXI.

Thursday, November 01, 2007

"Tánger", de Juan Madrid

Se supone que la labor del reseñista es abordar la publicación de los libros actuales que uno considera más interesantes. No sé por qué, pero nunca he sido partícipe de esa idea ya que existen libros realmente buenos que por varias razones han pasado desapercibidos, por un lado; otros que sí han gozado de la atención mediática y crítica, por otro; por eso, celebro una reedición que me ha hecho reencontrar con uno de los escritores españoles más importantes que hay hoy en día. A lo mejor peque de avezado, pero no creo que exista mejor escritor de novelas policiales que Juan Madrid, de quien vengo leyendo a la fecha más de diez libros , cifra mínima para un autor al que sí hay que calificar de prolífico.

La novela que me ocupa en esta ocasión es “Tánger”, publicada en principio en 1997, y es gracias a una reedición que puedo diseccionar este canto al policial negro. Seguramente muchos saben, pero no está demás recalcarlo: “Tánger” fue llevada al cine bajo la batuta de su propio autor en 2004. En esta novela, lo primero que se nos presenta es un tópico que viene siendo el boom de la industria novelera mundial: la inmigración y el racismo. Hoy en día, las casas editoras con poder están viendo con buenos ojos aquellas propuestas escritas por hijos de inmigrantes o sencillamente inmigrantes. En ese lado, esta novela de Juan Madrid cumplió un involuntario halo profético de la temática que iba a desarrollarse en el futuro, y digamos que el tratamiento que se le da a la inmigración en esta entrecruzada novela refulge a cada instante como una ácida crítica contra la estúpida intolerancia hacia quien es distinto por procedencia. Sólo los buenos libros son capaces de generar lecturas paralelas.

Abdul Saíd, hijo de padre español y madre marroquí, decide hacerse cargo del negocio de su señor padre, el cual tiene por detalle sacar de apuro a quienes no tienen dinero. Para ello, Abdul no quiere prestarse a la costumbre poco ética de dar dinero por dar, tal y como lo hacía su progenitor. El asunto se complica cuando un par de ex convictos se acercan al susodicho negocio para pedir un “pequeño” préstamo que se invertirá en una jugada comercial que no le dicen a Abdul: la compra de armas para venderlas a un grupo de trasnochados nacionalistas que quieren bajarse a comunidades de inmigrantes. A grandes rasgos ese es el argumento, por demás interesante. Sin embargo, “Tánger” es también una muestra fehaciente de la reivindicación de la piedra angular de la tradición de la novela: la lograda concepción de la fisonomía moral de los personajes. Ya sean protagónicos o no, en esta novela no hay personaje flojo, todos cumplen una función delimitada por el exceso, la avaricia, el apego al sexo, la búsqueda del dinero, la idealización del amor, etc. Son ellos quienes a través de sus dramas cotidianos terminan dejando en un segundo plano el aura de violencia de la historia, como testimonio de que las mismas relaciones humanas pueden ser mucho más atroces, o igual, que los actos delictivos llevados con premeditación. Una novela donde hay no buenos, todos están tras los pasos de lo que consideran mejor para cada quien.

En una época donde el policial es vilipendiado, por eruditos y paracaidistas literarios, con (in) justificada razón, “Tánger” se yergue como un referente ineludible del género, que al igual que todo género sólido, tiene la suficiente plasticidad para que su representación no se quede sólo en el papel. Una delicia de novela, por decir lo menos.

Editorial: Punto de Lectura.

Nota: Esta reseña salió publicada el 2 de noviembre de 2007 en el diario Siglo XXI de Castellón.

Tuesday, October 23, 2007

"El secreto del orfebre", de Elia Barceló

Sólo sabía por referencias de Elia Barceló. Recuerdo que algún amigo me la había mencionado en alguna tertulia. Tuvieron que pasar varios años para encontrar un libro suyo en la mejor librería del Perú, El Virrey. Me encontraba conversando con mi editor David Ballardo cuando veo entre los anaqueles un lomo de color amarillo y blanco. Fue precisamente un lomo de esos colores que me deparó una de las lecturas más estimulantes que he tenido meses atrás con “Manual de literatura para caníbales” de Rafael Reig. Sin embargo, el lomo que cogí era delgado, me invitaba a devorarlo en cuestión de horas. Una vez acabada su lectura recién me puse a leer los textos de la contraportada, desde hace tiempo no tengo esa mala costumbre.

“El secreto del orfebre” tiene la gran virtud que puede prestarse a muchas lecturas. Hasta donde he averiguado, se ha vendido esta novela como una buena muestra de novela amor: eso es cierto. Empero reducir esta novela de Barceló a esa etiqueta es también un acto de tremenda mezquindad, y por qué no decirlo, también de ignorancia. La prosa de esta escritora tiene el acierto de decir en líneas lo que otros quizá lo hacen en páginas. Recordemos que la temática del amor ofrece una libertad expresiva de tal punto que no pocos se sienten tentados en dar rienda suelta a las vetas expresivas cuando en realidad lo que se necesita es un alto grado de honestidad que conlleve a dinamitar el ego al escriba de turno puesto que muchas veces el uso de una motosierra se hace soberanamente necesario. Y supongo que la escritora, conciente de ello, se inclinó por un desarrollo casi minimalista que como tal no está libre de un apreciable lirismo que supura en cada letra de esta novela.
Hay una evidente destreza estructural que tira por los suelos el aparente facilismo que genera el libro ante una primera impresión. Recordemos que se cree, para mal, que las novelas cortas, para llegar a ser estimadas, deben ofrecer una estimulante variedad temática y estructural. “El secreto del orfebre” brinda esa premisa, pero se nota que no cae en ese recurso de la “novedad” como un mero hecho de jugar a lo fácil, sino que es su complejidad lo que la enriquece, y la brevedad, en la que se desarrolla el encuentro entre una mujer mayor y un joven, su punto de apoyo idóneo. Hay historias que buscan la forma cómo ser contadas, los argumentos están, y es tarea del escritor convertir esas historias en lenguaje y estructura. La historia de los dos protagonistas de esta novela la he escuchado y leído millones de veces, pero ¿qué hacer ante un temático lugar común?, ¿seguir la costumbre?, ¿cortar los hechos?, estas son preguntas que me hago en clara especulación de lo que pudo haberse formulado Barceló a la hora de esgrimir esta novela, porque es la única forma de entender el por qué en ella hay un canto al dificilísimo juego de los espejos, a los cambios temporales que en algunos casos son un choque al lector, al estado subjetivo que lucha contra una narración que trata de ser omnisciente.
¿Dónde está la clave de “El secreto del orfebre”? Clave que sirve también para enriquecer y entender el relato. Pues en las primeras palabras con la que empieza, las que signan todo el sentir de la novela, las cuales muestran también su evidente riqueza: “... el arranque de esta historia que hoy me cuento, pero ¿dónde encontrarlo? ¿Cómo? ¿Cómo, si no hay principio, y el final que marcó mi vida, ese final de hace tantos años, está apenas a seis días de esta madrugada neoyorkina?” y a la página siguiente remata con: “Un posible comienzo: era septiembre, una noche ventosa preñada de tormenta”.
La inquietud de contar y la búsqueda del cómo hacerlo son los soportes de esta muy buena novela, que como todas tiene también sus baches, pero qué novela no las tiene, da igual, su lectura nos lleva a algo que muy pocos libros en la actualidad logran: cuestionar.
Editorial: Lengua de trapo.
Esta reseña fue publicada el 23 de octubre de 2007 en el diario Siglo XXI de Castellón, España.

Tuesday, October 09, 2007

"Lecciones de origami", de Augusto Effio Ordóñez

Una de las ventajas que te depara la lectura es la capacidad inconsciente de detectar en los textos sus respiros de madurez. A veces te topas con los que exhiben un apreciable dominio de los tiempos, un inteligente despliegue de la estructura y un apreciable uso del lenguaje. Y claro, también hay de los otros, pero de esos es mejor no escribir nada. Ahora, cuando agarras una novela los defectos pueden diluirse porque estos son contrapesados con el respiro la historia, o historias, que permiten camuflar las caídas destinadas en toda novela.
En cuento, el rastreo va por otro lado, basta un párrafo o una línea como para darse cuenta de qué es lo que hay detrás de las páginas, saber las intenciones del autor si es que hubo apuro o paciencia antes de entregar el libro a una editorial. El cuento, por su carácter hermético y traicionero, se reserva el derecho de admisión. Por algo este género es el más difícil de todos, y al igual que en poesía, para su desarrollo se necesita de conciencia de oficio, hartas lecturas y, en especial, nacer para él. Por eso, el primer libro del joven escritor peruano Augusto Effio Ordóñez (Huancayo, 1977) es un aliciente para creer con convicción en este género cada día más denostado por las leyes del mercado. “Lecciones de origami” supura musicalidad y abre las vetas expresivas a una tradición que por alguna extraña razón viene siendo denostada a más no poder: el boom latinoamericano.
Los seis cuentos del libro reflejan la desazón existencial y anímica de cada uno de sus personajes. Effio Ordóñez no sólo se queda en el pincelazo de presentarlos en sus esperanzas, en sus búsquedas, huidas, sino que cada uno tiene como cobijo atmósferas aún más tétricas y apabullantes que los pesares que reflejan. Pero como bien exige la ley cuentística, la atmósfera, para tener el relieve que se merece, debe estar circunscrita a un espacio geográfico, ya sea recreado o imaginado, por ello, el autor acierta con la apuesta por la ciudad ficticia San Cristóbal, ciudad que es singular y es todas a la vez, una parcela que sirve también como escenario para aquellos personajes subalternos que, en algunos casos, terminan sosteniendo las tramas.
La mirada introspectiva en pos del detalle es donde puede medirse los alcances de Effio Ordóñez como fabulador. Si cogemos los cuentos de “Lecciones de origami”, no tardamos en darnos cuenta que sus argumentos, en líneas generales, no pasan de lo “aceptable”, empero, lo que hace memorable a estos seis cuentos es el bisturí estilístico que disecciona lo que en apariencia no tiene mucha importancia: una frase, una palabra, una mirada, un gesto. La armazón de los relatos se sostienen por las “radiografías” de los detalles, que usados en otro escritor sin talento pasan desapercibidos, pero en Effio Ordóñez estos adquieren protagonismo, como se deja ver con mucho agrado en “La última entrega de Jesús Camarena” (el mejor del libro), “La conversación”, “Un parpadeo de Gene Hackman” y en el cuento con el que se presenta el volumen.
Líneas arriba, mencioné las vetas a las que este libro nos lleva. Es sabido, basta leer cualquier libro de autor joven (de donde sea), que el influjo que hoy tienen los narradores del boom es presa de ascos por parte de aquellos aspirante a escritores, incluso entre quienes ya lo son (ni hablar del mercado editorial). Esta evidente muestra de parricidio tiene algo de peculiar (los parricidios son buenos y necesarios en los procesos artísticos): es un parricidio que descansa en la ignorancia. Pues bien, me queda claro que “Lecciones de origami” no es un canto, o tributo, al boom, pero es justo decir que su autor ha bebido bien, ha asimilado el legado, colándolo en pos de una voz narrativa híbrida que resalta abierta y soterradamente en cada uno de los párrafos de este primer libro suyo.
Como todo libro, éste no es libre de falencias, aún así, considero que no es una exageración manifestar que “Lecciones de origami” es el mejor libro de relatos publicado en Perú en el 2006 (y en lo que va del 2007), y a cuyo autor habrá que seguirle, de todas maneras, la ruta.
Editorial: Matalamanga

Wednesday, October 03, 2007

"Hotel Nómada", de Cees Nooteboom

En “El cielo protector” el gran Paul Bowles nos legó la verdadera definición de la diferencia entre el viajero y el turista. El viajero, a diferencia del turista, no está suscrito a un plan de cierta agencia de viajes que por un monto atendible tiene que cumplir con llevar a su cliente por los lugares más conocidos de la ciudad que promocionan hasta el hartazgo en tarjetitas postales. Paseos en los que el cliente rara vez tiene que ensuciarse los pies, ergo, no tiene que pasarlas putas. En cambio, el viajero es aquel que está dispuesto a convivir con la gente de la ciudad o pueblo que visita, cuya estancia no está reducida a lo que lleva conocer los lugares históricos que indefectiblemente toda comunidad tiene. Su permanencia está signada por el no-tiempo, por el no-lujo. Digámoslo en buen cristiano: para el viajero es más importante el asir las costumbres, conocer la historia desde adentro, y forjarse en sí un conocimiento crítico partiendo del conocimiento de causa.

Cees Nooteboom es quizá uno de los últimos grandes escritores viajeros vivos en el mundo. Sus libros son de referencia obligatoria para todos los que ven en el viaje un intercambio cultural que descansa ante todo en la posibilidad primaria de la interacción humana. Con Nooteboom no hay hoteles cinco estrellas, no hay Wake Up Callings, la buena comida no está relacionada a la alta cocina (no sé de dónde viene ese criterio de “alta cocina” puesto que si existe una “alta cocina” también debe existir una “baja cocina”, cuando lo que es claro que muchos de los platos de esa dizque “alta cocina” proviene de la cocina a la que tantos ascos le hacen), y no hay seguridad, no más de la que uno puede tener consigo mismo.

Este escritor holandés es muy conocido por su arrojo, estoy seguro que más de uno hemos leído sus crónicas desde los parajes o metrópolis más inhóspitas del planeta, en una semana Nooteboom puede estar en Haití para que luego de horas o días reportar desde un país africano en conflicto. En “Hotel Nómada”, más que un libro de viajes, tenemos ante todo una selección de crónicas que muy bien pueden ofrecernos un fresco de las inquietudes de Nooteboom, en sus páginas el viajero nos cuenta, casi a manera de susurro, el por qué viaja, y si seguimos la lógica que comparte, pues todos siempre estamos en un constante viaje, que la estabilidad física es una mentira, que uno siempre, aún así esté en el mismo lugar, se encuentra viajando, conociendo, transformándose. Para ello, el autor se vale de varias referencias que utiliza como armas: la filosofía, la historia y la experiencia vital. Nooteboom sabe muy bien cómo combinar estas tres aristas, lo hace de tal manera que por momentos no sentimos esa carga retórica premunida de reflexión que a cualquiera puede llegar a aturdir.

Los recorridos de “Hotel Nómada” están repartidos, principalmente, entre África, Asia y Sudamérica. Más de una crónica tiene como protagonistas a personas bañadas en peculiaridad, como el “loco” fotógrafo Eddy Phostuma de Boer. Las impresiones de Nooteboom no serían más que meras notas de obnubilado si éstas no ofrecieran críticas del contexto social y político del lugar visitado. Es más que apreciable la capacidad de documentación del escritor, más de una nota alcanza niveles atendibles de cualquier reputado politólogo.

Indefectiblemente, “Hotel Nómada” no está entre lo mejor de Nooteboom. No le llega ni a los talones a “El desvío a Santiago” y “La historia siguiente”. Pero es justo recalcar que se trata de un libro idóneo y estimulante para quienes quieran saber, como se debe, de un escritor que hizo del viaje, físico y espiritual, su arte poética.

Esta reseña fue publicada el 4 de octubre de 2007 en el diario Siglo XXI de Castellón.

Thursday, September 27, 2007

"Llámame Brooklyn", de Eduardo Lago

Son pocas las novelas signadas por la supervisión de la madurez que sólo se adquiere con los años. Entendamos a la madurez desde dos puntos: la vital y la literaria, como la que nos compete en este caso. Ahora, confieso que no soy muy entusiasta de los premios literarios, estoy seguro que más de uno se ha sentido no menos que estafado con novelas sobrevaloradas, o programadas en concursillos literarios que cometen el aberrante acto de dejar en un tercer o cuarto nivel a las novelas que sí merecieron ganar, otorgándoles un consuelo y superfluo rótulo de “Finalistas”.

Hace tiempo le escuché a Alfredo Bryce Echenique decir que los premios literarios son loterías, y le doy toda la razón. Estamos en una era en que se nos quiere vender cualquier bazofia como si fuera algo artístico. Entonces, ¿cómo parar las mentiras de los premios?, ¿quién sería el verdadero censor?, ¿en qué apoyarnos para no ser parte de la andanada de mentiras que nos llegan a través de la publicidad? Posiblemente haya muchas respuestas, pero yo me quedo con la única posibilidad que nos salva del embrutecimiento mediático: el público. El público no es nada tonto, éste no se deja embaucar. Por algo existe algo llamado reediciones.

Cuando me enteré de que la primera novela del actual director del instituto Cervantes de Nueva York se había alzado con el Nadal 2006, pues tuve más de una objeción. Objeción, dicho sea de paso, porque desde hace mucho tiempo desconfío de las novelas laureadas, de que a lo mejor se le haya adjudicado ese premio a Lago por la influencia que él tiene. Es que seamos sinceros, ésas cosas, un tanto absurdas, también juegan, lamentablemente. Una de las pocas novelas premiadas que me han gustado, y de la cual aún guardo grata memoria es “La hora azul” de Alonso Cueto. Aunque valgan verdades, desde hace unos años estamos siendo testigos de que se están premiando buenas novelas, ojalá esa línea se convierta en patrón, y no sea un “accidente” que funge de contrapeso ante las metidas de patas de los jurados, en algunos casos verdaderamente terribles

Cogí “Llámame Brooklyn” con mucha duda, pero a medida que iba avanzando fui presa de un hipnotismo que me llevó en vilo hasta la última página. El argumento es aparentemente sencillo: Néstor Oliver Chapman tiene que dar forma a los cuadernos que en vida escribió su amigo Gal Ackerman, y lo escrito en esos cuadernos sólo tenía un destinatario, Nadia Orlov.

En el recorrido u ordenamiento de estos cuadernos, Néstor descubre pasajes de la vida de su amigo que no conocía, entre esas páginas hay fuertes sentimientos de amor, amistad, odio, locura y vesania que son camuflados por los avatares de Gal por cerrar los argumentos que terminan incompletos porque la modorra es fuerte o porque cree que hay otras historias que contar y es imperioso asirlas. Y Néstor es quien tiene que darle un sentido, y todos los cuadernos tienen un hilo conductor, Brooklyn y sus personajes. Los personajes son quienes terminan ofreciéndole a la novela una riqueza pocas veces vista, puesto que estos confieren a la novela de un aura de complejidad que no es bajo ningún motivo un óbice para el avance vertiginoso de las historias que a manera de nudos se cruzan y descruzan en una variopinta gama de atmósferas y situaciones que tratan de reflejar la condición humana posmoderna bajo una caleidoscópica mirada libre de prejuicios, presentándolas tal cuales.

“Llámame Brooklyn” es de esas pocas novelas que encierran muchas novelas y tradiciones. En ella sobresalen dos corrientes: la novela de aprendizaje, pero el aprendizaje de la ficción por la ficción; y la novela decimonónica por su espíritu casi totalizador por intentar recrear una mirada aún no muy desarrollada: la reflexión del inmigrante. Y claro, los tributos abiertos a escritores que le dieron la espalda a la fama como Pynchon, Salinger, Onetti y Alfau, quienes encarnan la crítica implícita a quienes sólo buscan fama y reconocimiento en el mundo literario, trayecto hacia esa parrillada de vanidades premunida de ignorancia y soberbia, combinación explosiva que sólo germina y siembra libros tan horrorosos como olvidables.

También “Llámame Brooklyn” es una novela que sirve como muestra inteligente de lo que algunos impertinentes llaman a la ligera Metaliterario. En esta novela Lago nos entrega las reflexiones, inquietudes y vicisitudes que conlleva todo proceso creativo relacionado a la escritura. El juego de los espejos está más claro que nunca y lo que parece ser una novela de historias sueltas termina adquiriendo forma y solidez a medida que en la ficción va articulándose lo que parecen ser grandes trazos sin coherencia.

Quizá la abundancia de personajes y las inacabables referencias literarias lleguen a generar algunas dificultades en lectores no muy entrenados. Y si así fuera, qué importa, porque como dictaminó José Lezama Lima con su famoso “sólo lo difícil es estimulante” es un gran aliciente para enfrentarnos a esta novela y disfrutarla. Y no creo exagerar si digo que ésta tiene una buena coraza que le permitirá superar los embates del tiempo, tramposo muchas veces. “Llámame Brooklyn” es un libro necesario, tanto en lo literario como en lo vital ya que, en honor con la verdad, nos reconcilia con la vida. Una gran primera novela.
Esta reseña apareció publicada el 27 de septiembre en Siglo XXI, de Castellón, España.

Tuesday, September 11, 2007

"Síncopes", de Alan Mills

La poesía escrita en Latinoamérica es una de las más ricas que hay en el mundo. Pero dicha cualidad no descansa en la nada, que no se crea que la verdadera lira sólo yace en las pantanosas parcelas de la imaginación o inspiración, sino que ésta siempre ha gozado de una tradición que se ha ido solidificando desde que empezó a tenerse idea de ella, como un abanico que nos remonta a una variedad de tradiciones que acrisolan a la tradición española, francesa, germánica, inglesa, oriental y norteamericana.

Si tuviera que nombrar algunos nombres para que tengamos una idea de lo anteriormente dicho, no dudaría en mencionar a Octavio Paz, Rubén Darío, Enrique Lihn, Emilio Adolfo Westphalen, César Vallejo, Alejandra Pizarnik, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Carlos Germán Belli, José Emilio Pacheco, Raúl Zurita, Blanca Varela, Jaime Sabines y la lista puede ser larga y no creo que exista alguien lo suficientemente responsable como para contradecir lo que estoy afirmando.

¿Qué es lo que hace que una tradición sea rica?, pues la variedad. Variedad entendida en que si se está dispuesto a quebrar los moldes de la tradición, pues deben, primeramente, conocerse los soportes en los que ella se apoya. Nadie innova o crea una propuesta partiendo de la nada. La poesía, su comprensión, radica en el poder desentrañarla desde sus mismas bases para que de esta manera un proyecto poético adquiera fuerza y originalidad.

La poesía no sólo es el derroche de la experiencia de vida trasladada al papel, es también un soterrado tributo de lo que se escribió antes, de lo que se escribe y se escribirá. Es por eso que muchas veces, la aparente facilidad de la escritura de la poesía lleva a no pocos a darse contra las paredes del olvido, producto del desmesurado e inane entusiasmo. Entre los poetas de la nueva poesía latinoamericana que más destacan hoy por hoy, puedo citar a los siguientes: José Carlos Yrigoyen, Germán Carrasco, José Pancorvo, Héctor Hernández Montecinos, Diego Otero, Victoria Guerrero, Lorenzo Helguero, Alejandro Tarrab y algunos más.

Uno de estos nuevos representantes de esta nueva poesía latinoamericana es el guatemalteco Alan Mills (1979). Demás está decir que él es el más representativo de su país. Es autor de un libro catalogado como referencial, “Testamento futuro”. Sin embargo, es con su última entrega, “Síncopes”, que este poeta ha contribuido a colocar el cimiento de un proyecto poético a tomar en cuenta de ahora en adelante.

¿Qué ofrece “Síncopes”? Pues lo siguiente: una mirada introspectiva y feroz crítica social que parte de su entorno para regodearse con sangre en lo que también acaece en los países de América del Sur. Un activo desdén por la gran tradición poética anclada en la lectura casi total de sus exponentes; una fuerza irracional que sólo encuentra pláceme en la exploración de nuevas formas narrativas que no son tan nuevas, ergo, un sólido contenido estructural que nos remite a la mejor poesía anglosajona de los años cincuenta y sesenta, a esos grandes poetas menores que tan caros le fueron a Jorge Luis Borges. Mills es una epifanía que transgrede lo antes escrito en pos de una actitud reflejada en una prosa trabajada que contiene elementos más que suficientes para despertar en el lector la más irreparable duda sobre qué es lo que se está leyendo, la ambigüedad de género literario supura en cada verso, historias contadas con el desgarro del corazón latiente que ve en el destello formal el objetivo que muy pocos logran, cumpliendo así “Síncopes” un rol al que supuestamente no estaba destinado, ya que el libro no se queda en un alarde de musicalidad y armonía, por el contrario, Mills cuestiona, agrede, disecciona, en prueba tajante de que la originalidad no debe estar en el terreno del capricho estilístico y la ignorancia insuflada con vacua experiencia de vida; deviniendo de esta manera en un poemario que arde, quema y que también conmueve.

Nota: “Síncopes” es el mejor poemario de la colección internacional “País Imaginario” de la editorial Zignos.

Esta reseña apareció el 10 de septiembre en Siglo XXI, de Castellón, España.

Sunday, September 09, 2007

La narrativa de Leonardo Aguirre

En el delicioso “Desgarrados y excéntricos” de Juan Manuel de Prada, tenemos a un curioso grupo de escritores, casi todos poetas, que luchan contra la falta de talento y formación en pos del reconocimiento que les asegure la inmortalidad literaria. Más allá de las biografías cinceladas por este escritor nacido en Baracaldo (Vizcaya), queda claro que la experiencia de vida del escritor siempre será rica como tema cuando quiera hacerse de esta un texto literario, puesto que si se profana la figura del escritor hasta los excesos, pues no tardarán en aparecer las anécdotas que pedirán a gritos una justificada presencia, ya sea en cuento o novela. Pues bien, la persona del escritor es lo que hace más que interesante la narrativa del joven narrador peruano Leonardo Aguirre (Lima, 1975).

Vale anotar que este escritor es hoy en día uno de los más conocidos en Perú, ya sea por su buena literatura y también por los escándalos mediáticos de los que fue un atento y, a la vez, velado protagonista. Su obra, conformada por los libros de cuentos “Manual para cazar plumíferos” (2005) y “La musa travestida” (2007), nos permiten ver algo que muy pocas veces se nota en un escritor joven: el encuentro de su voz y el encauce de su proyecto.

Los personajes de Aguirre tienen la consigna de que antes de la obra, vale mucho más gozar del estrellato que puede canalizarse a través de una foto en una conocida revista, en entrevistas Delivery (las cuales son muy ideales para lucirse hablando de lo que sea, menos de libros) y aprovechar al máximo el estado de “iluminación” para abonar el ego con alguna que otra incauta obnubilada con el escritor famoso a quien equipara con George Clooney o David Beckham.

En “Manual para cazar plumíferos” está presente el gran hilo conductor de los desesperados por atención: los ansiosos de reconocimiento; en “La musa travestida” están aquellos a quienes ya se les puede ubicar por nombre en el ambiente literario, pero ellos quieren más, mucho más, tanto así que están dispuestos a dar el todo por el todo para que se siga hablando de ellos, tanto en vida, o en el más allá. Para ambas clases de escritores, lo peor que les puede ocurrir es pasar desapercibidos.

Sin embargo, lo que termina destacando de la narrativa de Aguirre es el uso de las formas y estructuras no muy enraizadas en la tradición literaria, ni de la peruana, ni de la latinoamericana, ni de algún lugar. Estas, mas bien, son deudoras de la cultura popular, de lo audiovisual, del fanzine, del cómic.

Si cogemos los dos libros, ya mencionados, del autor, pues no tardamos en darnos cuenta que pese a la “ligereza” con la que aborda sus historias, estas no rozan, ni de bromas, el lugar común. Hay un patente trabajo con el lenguaje, una cronometría de sucesos, una mirada que disecciona la banalidad del mundo literario, una férrea crítica de la aparente “santidad” que muchos ven en el oficio de la escritura.

Si me preguntaran con cuál libro de este autor me quedo, pues estoy sin respuesta. “La musa...” nos ofrece una estructura lograda, en la cual destaca el antologable “Sublime Sorrento”, el que indefectiblemente será un referente para cuando Aguirre entregue a los lectores sus próximos libros, por lo pronto ya tiene dos novelas en calidad de inéditas. “Sublime sorrento” es el cuento que encierra los demonios literarios que se traducen en la obsesión del innominado protagonista que planifica su muerte pública en un recital. Por otro lado, “Manual para ...” no tiene la coherencia estructural del último libro pero sí hace gala de argumentos que, en el caso de este escritor que escribe reseñas semanales, difícilmente lleguen a desprenderse de la memoria. Como dicen los entendidos, en cuanto a cuento se refiere, si un libro de relatos se justifica por uno o dos, pues “Manual para ...” se da el gustazo de tener tres de extraordinaria factura como “Mi vida en Beatles”, “Un Blackbird en el Honey Pie” y “Café Milton y cordero con Saki”.

Sería muy aventurado dar una opinión que intente ser tajante en cuanto a la narrativa de Aguirre, puesto que desde su primer libro es posible notar que para dar un parecer responsable sobre su narrativa, pues este tiene que descansar en la visión de una obra que comprenda, al menos, unos cinco títulos publicados, cosa que sólo pasa con los narradores de gran talento en solidificar un proyecto narrativo que se forja desde el inicio y que no adquiere una línea en el tanteo de temas ante cada libro publicado (eso es jugar a lo fácil).

Ahora, si me preguntan por un joven narrador peruano digno de interés, pues recomendaría, sin dudar, a Leonardo Aguirre.

Nota: Los libros de Aguirre han sido publicados por la editorial Matalamanga. Este artículo apareció el 2 de setiembre en Siglo XXI de Castellón, España.