Thursday, January 10, 2008

"Palacio Quemado", de Edmundo Paz Soldán

Hoy en día no hay país en Sudamérica más convulsionado que Bolivia. Es harto conocido los problemas políticos y sociales por los que este atraviesa, pero esta realidad, obviamente, no es de hace poco. Prácticamente viene desde su fundación como país, la cual se asentó en La Guerra del Pacífico al perder su salida al mar. Es por eso que cuando hablamos de Bolivia tenemos que hacerlo con mucha delicadeza porque la posible solución a sus problemas son realmente complejos bajo todo punto de vista.

La historia, la sociología, la antropología y la política se han encargado de decodificar a esta sociedad marcada por la injusticia, el resentimiento y la impunidad. Sin embargo, por su carácter unilateral estas disciplinas no pueden adentrarse y diseccionar la problemática desde adentro, y su punto de discusión casi siempre está concentrado en allegados a las respectivas materias.
A riesgo de equivocarme, sólo la ficción puede coger por las astas un conjunto social y explicarlo a través de personajes dotados de una mirada propia, por lo tanto, divergente. Ejemplo de esto lo tenemos en novelas que han abordado la problemática de gobiernos inestables en Sudamérica como “Conversación en La Catedral” de Mario Vargas Llosa, “Yo, el supremo” de Augusto Roa Bastos, o la bella y extraña “El otoño del patriarca” de Gabriel García Márquez.
En “Palacio Quemado” del boliviano Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967) tenemos al historiador Óscar, quien entra a trabajar a la sede del gobierno boliviano conocido como Palacio Quemado. Su trabajo consiste en escribir los discursos del presidente Canedo de la Tapia. En principio, su labor parece fácil, él puede redactar sin ningún inconveniente lo que el presidente quiere hacer saber a una población exaltada, puesto que se están viviendo muchas reyertas y revueltas alrededor de qué es lo que se va a hacer con las reservas de gas y su salida por Chile.
Óscar entabla contacto con las personas que trabajan muy de cerca con el presidente en la toma de decisiones, tales como Mendoza y el Coyote. Es a través de ellos que él va sintiendo (y asimilando) las aguas turbias de los intereses existentes en la política. Cobijarse de cinismo es la mejor opción, sin embargo, él se adentra más en esos recovecos cuando conoce a Natalia, que también labora en la casa de gobierno. Con ella, Óscar vive una intensa relación basada en el sexo, cariño e interés personal (el de ella, porque está obsesionada con venderle chalecos antibalas al gobierno, de esa transacción ella sacará una muy buena ganancia, y no demora en pedirle a Óscar que interceda ante una posible investigación).
Palacio Quemado es también el lugar donde el hermano mayor de Óscar, Felipe, se suicidó 30 años atrás. Y es por medio de este suceso que él se ve arrojado a averiguar las razones de tal decisión. Llegar a esa verdad nos pone en primer plano el cómo y qué piensa la clase de abolengo boliviana ya que el protagonista es hijo de ella.Una novela que no se presta a emitir juicios, simplemente tenemos personajes que tienen las mejores de las intenciones por cambiar el país pero que son incapaces de hacer algo medianamente significativo por este. Como si vivieran en el consuelo del “hubiera”, recalcando el problema coyuntural en la responsabilidad de “los otros” (el pueblo).
Como solamente ocurre con los buenos libros, “Palacio Quemado” es de aquellos que pueden ajustarse a diferentes lecturas; sin embargo, en lo que respecta a lo literario, que es lo que nos importa, la novela no cae en ningún momento, las descripciones de la histórica casa de gobierno y el perfil de los protagonistas están muy bien delineados, lo cual nos lleva a no sentir un ritmo impostado ni mucho menos premunido de lugares comunes. La verosimilitud está por demás garantizada. A esto sumémosle la estructura: su riqueza yace en su compleja sencillez, que en honor de la verdad, es muy difícil de lograr.
A lo mejor, lo que sí se puede extrañar es la poca atención a los perfiles de los personajes secundarios, que pertenecen al pueblo, a esa gran población andina que coloca contra la pared a Canedo de la Tapia. Sin embargo, es menester destacar los pasajes en los que Óscar le ruega a Alicia, su empleada, de que se quede en su departamento puesto que su ausencia sería un choque emocional para su hijo Nico. ¿Por qué la sirvienta decide dejar de trabajar? Pues porque ella se entera que Óscar trabaja en estrecha relación con el presidente, de quien salen las órdenes represoras contra las manifestaciones del pueblo, al cual, evidentemente, ella pertenece.
En la novela hay muchos encuentros y desencuentros, pero el acabado de mencionar refleja el espíritu de sus páginas. Es una mezcla de indignación, odio, venganza, perdón, justicia y reconciliación. Tal y como se dijo líneas arriba, este libro está sujeto a diversas interpretaciones, pero las mismas no despertarían el más mínimo interés sin la irrefutable verosimilitud de lo que se cuenta. Sumado al hecho de que es la primera vez que el autor ambienta un libro en La Paz, ergo, fuera de Río Fugitivo, su ciudad literaria.
Edmundo Paz Soldán nos ha entregado una extraordinaria novela. Esta es su novela, la mejor de todas. Con “Palacio Quemado” se consolida como uno de los mejores escritores de todo el imaginario de la lengua castellana.
Editorial: Alfaguara.
Nota: Esta reseña apareció publicada el 10 de enero en Siglo XXI.

Thursday, January 03, 2008

"Crisis respiratoria", de Susanne Noltenius

Por más que lo intento, siempre termino alargando distancias. Me refiero al género literario más difícil de concebir: el cuento. Si ya es toda una odisea empezarlo, mucho más duro es terminarlo, y no sólo eso, sino también lograr que el cuento sea cuajado, bueno, que termine quedándose en tu memoria.

Pues bien, confieso que después de muchísimo tiempo que no me topaba con cuentos como a mí me gustan. En una época signada por la experimentación formal y las elasticidades de la palabra, no deja de ser grato toparse con argumentos bien hilvanados e interesantes, de estirpe clásica y tradición. Esto y mucho más puede leerse en “Crisis respiratoria”, de la peruana Susanne Noltenius (Lima, 1972).
El gran hilo conductor de este libro no es más ni menos que la cotidianidad, la misma que se traduce en innumerables puntos de quiebre a lo largo de los argumentos. Los puntos de quiebre son necesarios porque como el cuento, como tal, es complicado, necesita de respiros para refrescar la historia que se relata. Y es justo decirlo, saber aplicar los puntos de quiebre no lo hace cualquiera, para ello se necesita de dos factores imperecederos: talento e inteligencia, puesto que como se narra desde los mínimos detalles, hay que tener cuidado para no ser presa de los lugares comunes que por lo general suelen jugar una mala pasada a más de uno. Por ello, Noltenius sabe bien lo que hace, como si de antemano tuviera una especie de storie board como base.
La mayoría de los cuentos son protagonizados por mujeres que, digámoslo de una forma, lo tienen todo. Sin embargo, dentro de ese mundo acomodado es que pueden resaltarse más los dramas y traumas que ellas encierran, en un claro manifiesto del estilete de la introspección llevado sin reservas hacia finales cerrados o abiertos. Noltenius nos entrega de esta manera, personajes inolvidables, situaciones cargadas de ternura y encuentros no menos que desgarradores, tal y como se deja ver en cuentos como “Escenas de circo”, “Un vaso de whisky”, “Crisis respiratoria”, “El viaje”, “Al pie del volcán” y el extraordinario “Tsunami”.
Ningún libro nace de la nada, y más allá de la experiencia vital que este libro encierra, pues es menester destacar las influencias que he podido percibir ya que es notoria la impronta de Lorrie Moore y Raymond Carver, o sea, contenido y estilo del que posiblemente el libro “Crisis respiratoria” es deudor.
Por otro lado, me gustaría señalar un par de cuentos porque con ellos sí puedo rastrear lo que posiblemente Noltenius escriba en el futuro. Tanto “Manos en la nieve” y “El lenguaje de las flores” son novelas atomizadas disfrazadas de cuento. Si fuera así esta percepción, pues creo que la autora puede estar pergeñando una muy buena novela de largo aliento.
Todo libro tiene reparos, y este no es ajeno a las inevitables falencias, pero estas no están en la parcela del defecto, sino en el mismo tratamiento, en algunos casos los cuentos son muy cerebrales, marcados por el paso fijo, con la medición de los sentimientos. Aún así no dejan para nada de ser apreciables.
La historia de “Crisis respiratoria” como conjunto es peculiar. Es de esos libros que ha tenido la mejor propaganda: el boca a boca. Y recordemos que, más allá de lo que se pueda decir en una entrevista o lo que un crítico pueda “dictaminar”, no existe mejor espaldarazo que aquel ofrecido por un lector satisfecho. Por ello, no me sorprendió que el libro haya agotado su primera edición vertiginosamente y que ahora circule en una edición de bolsillo que ya muchos quisieran tener.
Es que Noltenius es una narradora de asunto. Su proyección tiene como base la sencillez de su propuesta. Para ella, el lector es fundamental, y escribe pensando en ese probable o improbable curioso por historias, y quienes la hemos leído, pues no dejamos de estar más que agradecidos con ella.
Editorial: Estruendomudo.
Nota: esta reseña apareció publicada el 3 de enero de 2008 en Siglo XXI.