Tuesday, February 26, 2008

"Interludio Azul", de Pere Gimferrer

Se supone que esta reseña iba a tratar de “Noches de cocaína”, del siempre corrosivo J. G. Ballard, pero creo que puede esperar una semana más, ya que por esos raros y placenteros momentos que solo te brinda el azar, llegó a mis manos, tal cual mismo Déjà Vu, el libro de uno de los más importantes orfebres de la palabra en lengua castellana, Pere Gimferrer (Barcelona, 1945). Y siendo honesto, pues había leído cosas sueltas de este escritor a quien más de un grande le ha derrochado elogiosos epígrafes.

“Interludio Azul” es un relato breve, que si bien no está en la parcela de la ficción, recoge mucho de ella en cuanto a técnica y estructura, el cual se alimenta en sobremanera del ensayo. Es también la crónica personal del autor de dos determinantes puntos de su vida, ligados en el amor por C., una mujer de la que se proyecta un oscuro y a la vez diáfano magnetismo, que lleva al letrado a verter todos los recursos por los que tanto se le conocen. Estos recursos son utilizados para el énfasis en lo que mejor sabe hacer Gimferrer: escribir del arte y la literatura, de aplicar el bisturí del la sapiencia para ofrecernos frescos realmente condimentados con lirismo apabullante, que seguro más de un lector de poesía debe de gozar, ya que es de lejos lo mejor del libro.

Las menciones de libros, películas y escritores están más que justificadas, y como en esta clase de textos signados por la memoria, no están ausentes los pequeños tributos, abiertos y soterrados, todos estos aspectos obedecen a un por qué, no flotan en el aire, en clara muestra de que “Interludio Azul” es por sobre todo el backstage de un proyecto que viene alimentando el autor a lo largo de los años, el cual deviene en el libro recopilatorio de poesía “Amor en vilo”, del cual se muestran pequeños avances, ya que tanto “I.A.” como ese libro de poesía son una especie de sidecar complementarios, llamados a leerse.

Gimferrer tiene como protagonista un lenguaje sedoso, sensual y altamente subliminal. Como no estamos ante una ficción, ni mucho menos ante un libro de memorias, podemos llegar a descubrir cuáles son los acicates, fobias y gustos del autor que en más de una página se esfuerza por ocultar, pero como buen letrado que es, sabe muy bien cómo mantener la atención del lector, y eso que se trata de un libro breve, pero la brevedad exige más que nunca de una muñeca idónea, consciente de lo que se tiene que escribir, cuidándose del peligroso desborde de sensaciones que, a fin de cuentas, cuando no se les sabe controlar, son los óbices más peligrosos que un texto de estas características puede tener.

“Interludio Azul” es un libro que encierra muchos libros, se presta a distintas lecturas, está llamado a ser diseccionado bajo el control de un prisma que deje sin escondite a los códigos que en este se dan con una facilidad hecha a propósito, pero bien cobijado por la cortina transparente de la sugerencia.

Para ser el primero libro de Gimferrer que leo, y uno de los últimos de su producción, la experiencia me ha dejado más que satisfecho. No solo porque estamos a un escritor dueño de sus facultades, sino que el talento natural está alimentado por una suerte de insana manía lectora que lo desembalsa en pos de un lector llamado a dejar la pasividad para ser actuante mismo de la narración. Cualidad que solo puede ser vista en quienes tienen la consciencia de que en su cabeza está muy bien asimilada la tradición de la que es deudor y que no contento con eso, es capaz de desprenderse de los recovecos insanos del oscurantismo temático, apostando por la claridad unida a la siempre estimulante y no por ello menos fácil compleja sencillez.

Editorial: Seix Barral.
Nota: Esta reseña apareció publicada el 26 de febrero en Siglo XXI.

Tuesday, February 19, 2008

"El cielo de Capri", de Marco García Falcón

Cuando se dice que la literatura peruana está atravesando un momento de gran expectativa, no estamos hablando partiendo de los reconocimientos literarios que últimamente tienen escritores como Alonso Cueto, Daniel Alarcón o Santiago Roncagliolo. O sea, no es para nada un hecho aislado, sino que este buen momento tiene una base en la producción que se da en el mismo Perú.

Desde el 2000 han aparecido narradores que han sabido patentizar sus apuestas literarias amparándose en un par de bases claves: talento y formación. A estas alturas no es una locura calificar a esta nueva camada como la mejor en los últimos cincuenta años.
Uno de esos nuevos narradores, a boca de muchos el mejor, es Marco García Falcón (Lima, 1970), autor de “París Personal” (2002), delicioso libro de cuentos que está llamado a ser uno de los referentes imprescindibles cuando en un par de años se realicen los balances del decenio. Este libro obtuvo muy buenas críticas, y el favor del público se patentizó en la justa reedición.
Cuando un joven narrador recibe esta clase de comienzos, por lo general se espera una próxima segunda entrega aprovechando el interés generado. Sin embargo, García Falcón se tomó su tiempo, se hizo esperar, y valió la pena porque su segunda entrega no solo confirma la impresión de “París Personal”, sino que es un evidente paso adelante en su narrativa.
“El cielo de Capri” es una novela corta de estructura compleja y devenir clásico, pero la complejidad no se siente gracias a la prosa limpia y hechicera de la que el autor hace alarde. Un viejo profesor de literatura nos cuenta el viaje realizado con su esposa Sofía a Europa para conmemorar sus 35 años de matrimonio. También nos relata el cómo Sofía y él se conocen de jóvenes y superan los escollos del padre de ella, un militar que los persigue en una suerte de “road movie” por el norte peruano.
Una de las cosas que se suele decir con respecto a las novelas cortas es que esta tienen que cumplir un riguroso espíritu de relojería. Cada detalle debe tener una razón y la narración debe gozar de un ritmo sostenido. “El cielo de Capri” cumple esta ley, pero hay un algo más: la combinación de reflexiones literarias con el tópico amoroso. Y en este aspecto la concepción de los personajes sirve como buen punto de quiebre cuando estas reflexiones dan la impresión de extenderse más de la cuenta. Es allí cuando te das cuenta de la destreza del narrador, del buen manejo del pulso narrativo y su trabajo en el perfil de los protagonistas (sin contar la sugerente descripción de los escenarios en los que se desarrolla esta peculiar historia de amor). Harto difícil escribir del amor en estos tiempos, y mil veces complicado llevar los proyectos sobre este tópico a un buen puerto.
Vale anotar que desde hace un buen tiempo, la nueva narrativa peruana está experimentando una serie de divisiones temáticas y estilísticas que afianzan aún más su variedad. Para aligerar la tarea, se la viene dividiendo hasta el momento entre escritores vitalistas y metaliterarios. Como la primera acepción ya es harta conocida o al menos puede intuirse de qué va, es menester explicar lo más brevemente posible el segundo criterio.
Lo metaliterario tiene que ver mucho con aquellos escritos que se alimentan de la literatura misma, de libros sobre otros libros, del proceso creativo del escritor, de las influencias directas o indirectas; apelando siempre a una serie de experimentaciones verbales o formales. Ejemplo: Italo Calvino, Enrique Vila Matas, Claudio Magris, Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Juan Manuel de Prada, etc. Sin embargo, abordar esta opción no es tan fácil como suena. No es lo mismo poner como protagonista a un escritor X y dar una lista interminable de libros y autores para hacer que el escrito sea una obra que pueda catalogarse como metaliterario. Cuando esto pasa, el aire de falsedad salta irremediablemente y, hay que decirlo, sin piedad.
Lógicamente que esta dicotomía tiene para largo en su discusión porque no se trata solo de un hecho que ocurra en Perú. Lo cierto es que todos los libros se alimentan de la vida misma y de lo que se lee. Nadie escribe de la nada. En “El cielo de Capri”, los recursos usados, ya sean reflexiones, citas, libros y autores obedecen a un por qué, no están por el mero hecho de adornar la historia y reforzar la condición de escritor de su protagonista.
García Falcón con “El cielo de Capri” se afianza como el mejor prosista peruano de su generación. Experiencia vital y lecturas en esta deliciosa novela que mezcla a la perfección el estilo y el asunto. Y es de hecho la mejor novela de tendencia metaliteraria, si es que la situamos en esta nueva producción narrativa, y una de las mejores novelas de corte amoroso en los últimos veinte años en Perú.
En lo personal, me hubiera gustado que el autor desarrolle más la historia de los entonces jóvenes amantes que huyen en un viejo bus al norte del Perú. Empero, este gusto de lector no impide reconocer la excelente calidad de “El cielo de Capri”, esperadísima novela que deja a los lectores con la sensación de que valió la pena esperar cinco años. Y esto es algo que solo lo generan los escritores de verdad.
Editorial: Revuelta Editores.
Nota: esta reseña apareció el 19 de febrero en Siglo XXI.

Saturday, February 02, 2008

"Adiós, Hemingway", de Leonardo Padura

Vi esta novela en los estantes de la librería El Virrey. La sensación de ánimo se multiplicó más de lo que podía imaginar. Y como se podrá colegir, no ubicaba del todo al autor, el cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955), a lo mucho había escuchado de él en alguna conversa, pero sí el nombre de ese grande en la portada del libro. Así es que llevándome por la admiración por Hemingway, fue que decidí llevarme esta novela.

Son muchos los libros sobre este legendario escritor. Biografías, ensayos, novelas y estudios críticos que tienen a su vida y poética como hilo conductor. Y la obvia pregunta salta puesto qué es lo que se puede ficcionalizar de Hemingway, cuando todos, en mayor o menor medida, tenemos nociones de lo que él fue.

“Adiós, Hemingway” es una novela policial inscrita en la tradición de la novela-enigma con algunos condimentos del hard-boiled. Pero lo más destacable es que se trata de un libro escrito en clave de homenaje, movido por la pasión de querer saldar deudas literarias, en este caso del narrador cubano.

Ambientada en el 2001, en plena Habana no suscrita a las postales, tenemos a Mario Conde, un teniente investigador retirado de la policía que se gana la vida vendiendo libros de segunda mano. Confeso lector y escritor relativamente frustrado porque una de las razones que lo llevó a abandonar las fuerzas del orden fue la de dedicarse a escribir.

La vida de Conde parece estar marcada por la rutina. Hasta que un día, en un bar, recibe la visita de un policía amigo que le comunica que han descubierto los restos de un cadáver en Finca Vigía, propiedad que ocupó el escritor norteamericano en su estancia habanera. La noticia de un posible asesinato cometido por Hemingway, a cuarenta años de su suicidio, lleva al teniente retirado a intentar esclarecer el enigma, con el aditivo de que al lado de los restos también se ha encontrado una chapa del FBI.

¿Qué es lo que sostiene a esta novela cuando su trama parece no ser muy atractiva? Pues lo mismo que caracteriza a todas las buenas novelas policiales: la concepción de la fisonomía moral de sus personajes. En este caso, las palmas se las llevan Conde y los obreros, ahora longevos, de Hemingway, el Papa (sin tilde), que obedecen a los nombres de Ruperto, Calixto, Tenorio y Raúl, quienes estuvieron con el Papa la noche que dieron muerte al agente del FBI, en octubre de 1958.

A través de lo que va recopilando, Conde va recreando los últimos años de Hemingway, de sus paseos por La Habana, de sus obsesiones, reyertas y amores. Vale recalcar la escena del romance de Papa con Ava Gardner y de sus ansias por querer completar lo que llevaba escribiendo pero que no podía a causa de un bloqueo creativo con tintes de modorra y agotamiento cerebral a causa de los tratamientos psiquiátricos a los que fue sometido. En este aspecto Padura no cae en el juego de pintarnos a un Hemingway en todo su esplendor, sino que lo muestra tal cual fue: arrogante, envidioso, bebedor y muy fiel a sus obreros.

En la recreación de los últimos años de Hemingway es que podemos tener una idea clarísima del potencial de Padura. Son hechos ya conocidos, muchas veces relatados, pero es precisamente en volver a los acontecimientos incrustados en el imaginario de la tradición, dotándoles de una nueva mirada verosímil, donde vemos la vena narrativa del cubano, quien no contento con ello, hace gala de un tributo al norteamericano empleando las técnicas narrativas que tanta la gloria le dieron: la técnica del Iceberg.

Lamentablemente, las pesquisas que Conde va acumulando no está entre lo mejor de la novela, pero esto es salvado por los diálogos muy bien hilvanados y los giros narrativos que llevan al lector de turno a no saltarse las páginas.

Como dije, líneas arriba, no conocía la obra de Leonardo Padura, pero como se dice en la introducción, Mario Conde es personaje de toda una saga de novelas policiales que gracias a “Adiós, Hemingway” se ha convertido desde ya en una búsqueda personal que espero completar en el curso de las próximas semanas.

Para los amantes del policial y admiradores de Hemingway, esta novela es, sí o sí, una lectura imprescindible.

Editorial: Tusquets.
Nota: la reseña apareció el 2 de febrero en el diario Siglo XXI.