Thursday, February 26, 2009

LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO, de Francisco Ángeles

Estamos en años prolíficos y fructíferos para la nueva narrativa peruana. Los narradores que vienen apareciendo en este nuevo siglo están demostrando no solo talento, sino también formación, y lo más importante: una convicción férrea con sus proyectos literarios.

Entre los narradores más interesantes, consigno a Marco García Falcón, Carlos Yushimito, Claudia Ulloa Donoso, Katya Adaui, Pedro Llosa, Leonardo Aguirre, Luis Hernán Castañeda y Jeremías Gamboa. Obviamente que esta es una lista mezquina, faltan varios; sin embargo, recomiendo que las miradas empiecen a centrarse en ellos, como una prueba tajante de que el buen momento internacional de la narrativa peruana no es bajo ningún punto de vista un hecho aislado.

A los mencionados se suma el escritor más original de su generación, Francisco Ángeles (Lima, 1977). A fines del año pasado, Ángeles sorprendió con la novela breve LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO (Revuelta Editores). Novela compleja, pese a su brevedad; novela que exige la complicidad del lector; novela que seduce y trastorna.

Muchas veces la originalidad se ha visto como una suerte de salvavidas, se hace uso de un argumento no convencional, se lleva al límite la elasticidad de la palabra, se juega con las estructuras y zas, ya tienes tu libro original. Es por eso que la crítica trata con guante blanco a libros así, las reseñas “perdonavidas” cunden, no solo en Perú, sino en Latinoamérica, hasta en España.

Ahora, ¿qué tiene que ver el párrafo anterior con LLEMDC? Pues mucho, porque la novela de Ángeles es una verdadera e irrefutable lección de originalidad que no descansa en el capricho experimental. El autor nos ha entregado un libro que es tan realista como onírico, tan clásico como de vanguardia. ¿Cómo uno percibe esto? Pues a través de su estructura y del uso funcional del lenguaje en pos de la recreación de una atmósfera tétrica que es, a mi entender, la gran protagonista de la novela.

Tenemos a Ignat, un muchacho despreocupado, dispuesto a dejarse llevar; conoce a Virginia, quien le presenta a sus compañeros de trabajo, cuyas conductas extrañas dan a entender que están inmersos en una conspiración de tintes políticos. El contexto es opresivo, es fácil ubicarnos en un escenario manipulado por un gobierno dictatorial. Sin embargo, lo que parece ser una novela policial trueca en un juego de situaciones por las que nos topamos con un macabro asesinato colectivo cometido en un hotel, con un médico que relata historias de desaparecidos, con un viejo que trabaja en una funeraria y con un amante despechado.

Hasta aquí, un argumento lineal. Pero no. No es así. Es mi propia idea de la estructura de la novela, y he allí uno de los méritos de la misma: su estructura es circular y a la vez lineal; circular porque los personajes parecen estar alternando roles, Ignat puede ser el médico, como también el amante despechado, etc. Sin embargo, la atmósfera no pierde su sentido, sigue avanzando, no decae, porque lo quiere el autor es mostrarnos la lógica onírica del mundo interior de sus personajes.

Líneas arriba mencione el posible influjo del policial. Por sus características, la novela se inscribe en el policial enigma, en donde los hechos a seguir son suplantados por la deducción y el instinto, pero esta sobrepasa los parámetros de dicho género puesto que no se busca descifrar un misterio, sino el hacernos partícipes del regodeo testimonial sobre las falsas autodestrucciones, como una pesadilla de la que se quiere despertar, sabiendo sin saber que será peor la paz del ordinario mundo real.

Sorprende, sí, que una novela de este corte sea la carta de presentación de un escritor debutante. Ángeles nos demuestra que la originalidad sin riesgo es absolutamente nada, que la tensión narrativa no depende de la piromanía verbal. LA LÍNEA EN MEDIO DEL CIELO es de esos libros llamados a generar opiniones encontradas, pero nunca indiferencia, y eso no es poca cosa, es una gran cualidad que contadas veces se ve. Francisco Ángeles es un autor a quien deberemos seguir con lupa desde ahora.

Editorial: Revuelta Editores.
Reseña publicada el 26 de febrero en Siglo XXI

Wednesday, February 18, 2009

CHESIL BEACH, de Ian McEwan

Si la memoria no me falla, estoy casi seguro de que poquísimas veces he escrito sobre novelistas ingleses, cosa imperdonable puesto que la narrativa inglesa tiene exponentes más que atendibles, como Martin Amis, Kazuo Ishiguro, Hanif Kureishi, Julian Barnes y el gran Ian McEwan (Aldershot, 1948).

McEwan es autor de las novelas AMSTERDAN, AMOR PERDURABLE, EXPIACIÓN, sus joyitas más conocidas. A estas se suma su última entrega, motivo de la presente reseña, CHESIL BEACH (2008).

A primera impresión podríamos estar ante una novela escrita a la antigua, al modo decimonónico, en la veta que más interesa el reflejo de la sociedad, con sus virtudes y taras, que en la exploración guiada por un argumento, al modo Balzac, Dumas y Zue. Empero, CHB tiene algo más: el viaje interior de sus dos protagonistas por sus temores y miserias existenciales. Es por ello que no creo del todo acertado cuando se dice que es una mera novela costumbrista. Afirmar aquello es, sencillamente, carecer de un nivel básico de lecturas que socava la valoración de los grandes alcances de esta extraordinaria novela.

Edward y Florence son dos jóvenes que van a pasar su noche de bodas en un hotel de Chesil Beach. Él viene de una familia esforzada, ella de una que lo ha tenido todo. Él es historiador, ella violinista. Ambos se conocieron en una manifestación contra las armas nucleares. Estamos en 1962. Todo marcha perfecto, el noviazgo y la boda han salido tal y como durante meses lo venían pensando. Pero a medida que se acerca el momento en que los dos serán uno en el sexo, afloran las taras y temores que embargan a los debutantes esposos.

Digámoslo de una vez: que no se piense que CHB es una novela sobre la consumación del acto sexual. El autor, a partir de ese tópico, se vale de viajes al pasado, por los que hurga en las personalidades de los jóvenes protagonistas, mostrándonos el por qué de sus ansias y rechazos en la misma noche de bodas. Florence es una mujer de mentalidad abierta, su objetivo es llegar a convertirse en una gran violinista, no piensa en nada que no sean las ejecuciones musicales, también anhela enamorarse, pero aspira al amor a través del platonismo, el sexo es algo que la asquea y repugna. Todo lo contrario con Edward, que todo lo que tiene lo ha conseguido con mucho esfuerzo, sintiéndose engañado por Florence al no querer hacer el amor con él.

McEwan, entonces, nos regala un jugoso fresco de un tipo de pensamiento que marcó las nuevas miras en la segunda mitad del Siglo XX, y que continúa en los inicios del XXI: el de las libertades individuales y colectivas. Como acertadamente suele decirse, la mejor forma de canalizar los recambios cognoscitivos –tal y como ocurrió con LA NÁUSEA y EL EXTRANJERO, si hablamos del existencialismo- es a través de la novela. Obviamente que este tremendo escritor inglés no tuvo la intención de proferir un mensaje parecido gracias al contrabando literario, nada de eso; pero nos queda claro que sí tuvo la intención de escribirlo por el mero placer de hacerlo, porque por medio de CHB McEwan nos acerca a la juventud que estuvo en vísperas a los desencadenamientos de revueltas políticas y hormonales que influyeron en los sesenta y setenta, ergo: su época.

Es cierto que la novela es el género más libre, pero también no menos cierto es que es el más irregular. La perfección siempre ha estado, está y estará en el cuento, la poesía. La excelencia en la parcela de las distancias largas recae en la novela corta, aquella que encierra un mundo limitado pero rico, en donde cada palabra y frase no solo se justifican por sus lados, sino también dependen entre sí; en la que no hay lugar a “ramas” sueltas, la que se resiente mucho si se quita o coloca un ladrillo, lo suficiente para generar el derrumbe de la linda y habitable casa que se construye con ahínco.

Si me lanzaba a escribir esta reseña media hora después de la lectura de CHB, podría haber dicho es una novela perfecta. Pero no, las obligaciones me llevaron a posponer durante días sentarme frente a la pc, lo que me dio tiempo para pensar en esta muestra del innegable talento de McEwan, mientras discutía con escritores que se alucinaban Philip Roth y Jonathan Lethem juntos, y valorarla en su justa dimensión. Es por eso que pienso que el autor debió restarle líneas a Edward y sumarlas a la riqueza y apetecible oscuridad de Florence. Sin embargo, este es un capricho de lector, lo que no desmerece para nada la contundencia y perdurabilidad de CHB. Una obra (casi) maestra, lo cual no es poca cosa.

Editorial: Anagrama
Esta reseña fue publicada el 18 de febrero en Siglo XXI

Wednesday, February 11, 2009

La vigencia del realismo sucio de Pedro Juan Gutiérrez

Llegué a saber del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950) gracias a Guillermo Niño de Guzmán, narrador peruano y gran lector. Niño de Guzmán me lo mencionó puesto que estábamos de realismo sucio, uno de los ejes de mi primera novela. El tema venía a colación ya que en estos últimos años la nueva narrativa peruana se encuentra experimentando vueltas en márgenes ajenas al realismo y variantes parecidas. Después de hablar con Guillermo, me propuse buscar los libros de Gutiérrez. En principio fue difícil, pero estos empezaron a llegar, uno a uno, obnubilándome cada vez más.

Para este medio he entrevistado y reseñado al autor cubano. Prácticamente he leído todos sus libros. El primer libro suyo que devoré fue la novela NUESTRO GG EN LA HABANA y de allí no paré. Me hice hincha del cubano.

Hace unos días estuve ordenando mi biblioteca. Encontré sin buscar el lomo de TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA (Anagrama, 2000), la quinta de las innumerables ediciones de este librazo orgánico de cuentos. Como siguía guardando buenos recuerdos del libro, me puse a releerlo, con la idea de pasar algunas horas con aquellas líneas atiborradas de sexo, miseria, descontrol y harto ron. Me olvidé de ordenar la biblioteca, el acercamiento a ese mundo signado por la supervivencia me llevó a olvidarme por completo de mis labores librescas.

Uno de los personajes presente en la mayoría de cuentos es Pedro Juan, a todas luces, alter ego del autor. PJ se desplaza en los tres grandes bloques del conjunto, que en realidad es la unión de tres libros de relatos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí. PJ lo único que hace es sobrevivir a su modo, trabaja en lo que sea, hace suyas las calles de La Habana, mira y seduce a muchas mujeres, bebe mucho. (Podría pensarse que estamos ante un libro de sucesos repetidos, porque para bien o para mal es en la secuencia cíclica (muchas veces carentes de recursos) por donde más se le ha achacado al realismo sucio, aún más en estos tiempos en los que se está volviendo costumbre premiar y reconocer libros escritos con mucha sobriedad y vuelo verbal pero sin el más mínimo respiro de vida.)

Suele decirse que el realismo sucio no está llamado a perdurar, ya que sus tópicos que aborda no son los suficientemente fuertes como para mantener un proyecto narrativo consistente. Empero, la relectura de TSDLH es una cachetada inmisericorde a esos augurios amparados en la visión contemplativa que ven el devenir de la narrativa hispanoamericana en una suerte de exploración de parcelas librescas, mundos paralelos…

Este involuntario acercamiento a uno de las publicaciones puntales de Gutiérrez no ha hecho otra cosa que no sea la de afianzar aún más mi fe en el realismo sucio. El realismo sucio no debe verse (leerse) como el facilismo de la escritura. Los párrafos de Gutiérrez son cortantes, trabajados; su apuesta por las oraciones descarnadas son la única manera de retratar la vida de los héroes anónimos de la mítica isla, porque hay que decirlo desde ya: el protagonista es también el lenguaje, la que ha hace que este librazo siga manteniendo la frescura a poco más de diez años de haber sido publicado.

En el cuento “Yo, revolcador de mierda”, de Anclado en tierra de nadie, puede leerse lo siguiente: “Eso es todo. No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo dulce, ni lo delicioso. Por eso siempre he dudado de una escultora que fue mi mujer algún tiempo. Había demasiada paz en sus esculturas para ser buenas. El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, lleno de pesadillas y desespero. Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.”

La fama que goza Gutiérrez a nivel mundial está más que merecida. TSDLH es una muestra no solo de ello, sino también que las obras literarias llamadas a perdurar son las que se atreven a retratar lo que tanto nos atormenta como seres humanos.

Por demás, y aunque suene polémico, pienso que es toda una estupidez calificar a Gutiérrez como el Bukowski tropical. El cubano está por encima, dos párrafos de cualquier libro suyo se lleva de encuentro toda la poética del norteamericano nacido en Alemania.
Artículo publicado el 11 de febrero en Siglo XXI