Tuesday, April 21, 2009

La violencia íntima en los cuentos de Richard Ford

Hace unas semanas estuve en la casa del escritor peruano Carlos Torres Rotondo, lo que permitió dar un vistazo a su bien nutrida biblioteca. Mientras me perdía leyendo los lomos, noté uno que había escuchado, mas no leído. Metí en mi mochila viajera ROCK SPRINGS (1987, en castellano 1991), el primer libro de cuentos del norteamericano Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944).
La poética de Ford le debe todo a la parcela temática más violenta que ser humano pueda vivir: la violencia de la intimidad, del mundo interior. Prácticamente, Ford ha hecho de esta mentada violencia, que no es otra cosa que su Demonio Literario, el flujo por el que ha nutrido las novelas que le han deparado un merecido reconocimiento internacional, prueba de ello es la saga de su personaje fetiche Frank Bascombe, el de los monumentos novelísticos conformados por EL PERIODISTA DEPORTIVO, EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA y ACCIÓN DE GRACIAS. Sin embargo, para las nuevas generaciones de lectores, Ford no es muy conocido en su faceta como cuentista. Leer su primer libro, el mejor en su incursión en el cuento, es un peligro: quedamos desarmados ante la influencia.
Los cuentos de RS son, a secas, insuperables. En ellos hay una búsqueda del trauma a exorcizar a través de los recuerdos, las historias no están suscritas a eventos fuera de lo común, sino que estas se desarrollan en la más absoluta cotidianidad, los personajes huyen de sí mismos, y depositan su esperanza por el “otro”, como el criminal fugitivo del cuento homónimo del conjunto, o el hombre que al llegar a su casa encuentra a su mujer conversando con un ex novio que es perseguido por la justicia, o aquel que lleva a cabo una aventura en un tren mientras su esposa duerme en el camarote… Todos estos personajes están castrados de sí mismos, quieren decir muchas cosas, pero se las guardan, la violencia interna se canaliza en las actitudes, lo dicho no refleja más que el apego a la normalidad, basta un gesto, una mirada, alguna postura como para denotar que están hartos de la vida, pero a la vez incapaces de dar rienda suelta al contenido espíritu tanático, aferrándose a los instantes de iluminación, los que no aparecen ni por asomo.
La sequedad de sus descripciones, de las disección de las psicologías no carecen de un más que estimable vuelo lírico, se percibe un trabajo en el ritmo y melodía de las palabras, ni una falta ni sobra, que conllevan a afianzar la desgarradora sensibilidad que impregna cada uno de los cuentos.
Libros como ROCK SPRINGS, por más que hayan sido publicados hace más de veinte años, mantienen su vigencia, son una muestra tajante de que la narrativa norteamericana no solo puntea en novela, sino también en el género más difícil de concebir: el cuento.
Publicado el 21 de abril en Siglo XXI

Thursday, April 09, 2009

Un cuarto de siglo para Alberto Fujimori

Sin lugar a dudas, el martes 7 de marzo del 2009 es un día histórico no solo para la historia política peruana, sino también para todos aquellos que creen en la justicia y la política: que nadie, por más poder que ostente, está libre de “vivir como si nada” luego de cometer las más ignominiosas tropelías.
Alberto Fujimori no era tan inteligente como se decía. Solo a un imbécil le pudo pasar lo que a él: lo perdió todo ni bien abandonó su exilio dorado en Japón, impulsado por los desbarajustes del gobierno de Alejandro Toledo, pensando, quizá, que iba a poder presentarse en las elecciones presidenciales del 2006. Pero el tiro le salió por la culata, le penetró el orto al ser arrinconado en el país en el que pretendía hacer escala política, Chile.
“- ¿Cómo? ¿Un cobarde y asesino en mi país?” –seguramente se dijo la presidenta de la tierra de Salvador Allende.
Michelle Bachelet hizo gala de algo que pocas veces se ve en políticos: coherencia moral. La decisión de detenerlo fue más política que jurídica. Su mano firme fue más que importante para que la tan anhelada extradición se concretice. Y así fue: Fujimori regresó a Perú vía Chile.
En los meses que duró el juicio, hemos visto desfilar a una serie de personas que con sus testimonios corroboraban lo que la poca gente pensante en Perú sabía (y lo que muchísimos se negaban a creer): que Fujimori violó hasta más no poder los derechos humanos a cuenta del grupo Colina, el comando paramilitar que apoyó y honró en su lucha contra el terrorismo de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, puesto que en su mentalidad tenía tatuado el convencimiento de que al terrorismo se le combate con terrorismo de estado.
Es por un par de gracias del grupo Colina (la matanza de Barrios Altos y la universidad La Cantura) que se le condena a un cuarto de siglo de cárcel, y cárcel de verdad, ya que este sinverguenza no podrá acogerse al malsano 2 x 1 (cada día de trabajo te resta un día de condena), el execrable beneficio penitenciario que en Perú permite dejar en libertad a los más avezados estafadores, violadores y narcotraficantes.
Lo que hemos visto millones de peruanos el martes 7 es una lección de justicia. En un país como Perú, en donde priman los sentimientos menores en todos los niveles de la vida, es imposible negar la transparencia y decencia con la que se ha guiado este proceso judicial. El fallo de los jueces yace en lo que nunca las huestes fujimoristas mostrarán: pruebas y argumentos.
Ahora, que Fujimori se pudra en la cárcel. Tiene suficiente tiempo para reflexionar, que por muchas obras a favor que haya hecho por millones de peruanos, eso no le daba derecho a usar mal el discurso de la democracia, puesto que, entre muchas cosas, de qué le valía fundar un colegio por día cuando por lo bajo manchaba de a pocos la conciencia y el alma de todo un país. Lo triste es saber que esa herida interior durará un par de generaciones más.
En este escritor no hay ánimo de venganza realizada mientras escribe este artículo. Lo que siente muy en su interior es mucho regocijo y paz, y, por qué no decirlo, mucha fe en que sujetos como Alberto Fujimori, quienes con la fe del pueblo (ignorante e iletrado, por cierto) llegan al poder, no vuelvan a dirigir los destinos de un país.
Publicado en Siglo XXI

Thursday, April 02, 2009

Maestro del crimen: Raymond Chandler

El pasado 26 de marzo se cumplieron cincuenta años del fallecimiento de Raymond Chandler (Chicago, 1888 – La Jolla, California, 1959), considerado como el indiscutible maestro de la novela negra, el gurú del policial, el espejo en el que muchos escribas anhelan reflejarse…

Las novelas y cuentos de Chandler conforman el axioma de que la mejor manera de conocer al ser humano no es otro que hurgando en los bajos fondos de la miseria humana, en los vericuetos de la conciencia acicateada por las bajas pasiones en pos del goce, sea personal, o, en su defecto, colectivo.

Siete novelas y un puñado de cuentos de perdurable factura le valieron el pasaje de ingreso a la inmortalidad. Pero en ¿qué radica esta inmortalidad que muchos desean pero que solo los verdaderos grandes rehúyen?, ¿cuál es el gran aporte de Chandler a ese género catalogado por los “hooligans” de lo “cultamente correcto” como menor, inservible, lo más sub de lo sub?

Las posibles respuestas pueden ser complejas, tendríamos que volver a las páginas de EL SUEÑO ETERNO, LA DAMA DEL LAGO, LA VENTANA SINIESTRA, EL LARGO ADIÓS… publicadas, digámoslos, tardíamente, cuando el autor tenía cincuenta y un años… No debe pensarse, entonces, que Chandler descubrió su pasión por las letras a edad avanzada. Según la biografía LA VIDA DE RAYMOND CHANDLER, de Frank MacShane, tenemos indicios documentados de que esta demora por publicar fue pensada en cada uno de sus detalles, puesto que en los años que permaneció en blanco no hizo otra cosa que no sea foguearse en la escritura, limando las taras, controlando los demonios y condimentando el pus del corrosivo y fino humor que con el tiempo llegó a desarrollar, y patentizar, como el “estilo Chandler”. Hasta cuando se decidió a escribir, a los cuarenta y cuatro años, había aprovechado bien el tiempo: se calificaba como una bestia de la lectura, la cual era, junto a la bebida y las mujeres, la mayor pasión de su vida.

Es por eso que no pocos quedan sorprendidos por el trabajo verbal signado por la plasticidad en EL SUEÑO ETERNO, novela que mandó al olvido la premisa que genera todo primer libro de autor: la de ser una promesa. Con ESE Chandler confirmó lo que se venía diciendo de él desde sus cuentos publicados en The Black Mask. Además, con esta novela nos topamos con el personaje fetiche del autor: el detective Philip Marlowe.

Como los policiales se distribuían a nivel popular, los “hooligans” de “lo correcto” limitaban a los policiales de cima literaria, empero tuvieron que moderarse ante las nuevas puertas que Chandler abría, puesto que los policiales dejaron de ser vistos como meros devaneos argumentales, desplazados por la razón de ser de toda obra literaria que se respete: la interacción de los personajes, el condimento esencial de cualquier misterio a resolver. Basta repasar el argumento de EL LARGO ADIÓS, por ejemplo, como para darnos cuenta de que su argumento es jalado de los cabellos, estúpido por decir lo menos, pero es la cualidad humana insuflada por Chandler lo que termina sobrepasando la ridiculez del andamiaje de la historia, dotándola, cómo no, de verosimilitud, esencia suprema de todo crimen.

Las siguientes novelas aparecieron en seguidilla, el autor se convirtió en una estrella en vida, y la leyenda de hombre polémico no conoció otro camino que no sea la certeza. En los cincuenta y sesenta estaba de moda contratar a escritores para que funjan de guionistas, Chandler no fue ajeno a esa avalancha. Es su paso por el mundo del cine lo que puso a la vista y oídos de todo el mundo el gran mal que llevaba sufriendo por décadas (por el que, entre otras cosas, lo habían despedido de la empresa petrolera en la que estuvo trabajando antes de darse a conocer como escritor): el alcoholismo.

Dicen los entendidos que los maestros dejan escuela, y Chandler sí que lo hizo. Hoy en día no existe escritor de policiales que no haya “bebido” de sus páginas, muchos de estos perfilan a sus Marlowes, unos con toques del frío anglosajón, otros con tendencia al calor tropical, algunos ante la presencia del Atlántico, etc.

Por otro lado, Chandler fue uno de los primeros en teorizar sobre el crimen, su largo ensayo “El simple arte de matar” sigue vigente como la mayor defensa que puede esgrimirse sobre el policial, en estas líneas encontramos los secretos de la ficción criminal, de que no es tan fácil ser un escritor de policiales (cuentos, novela negra, etc.), sino que este género exige la misma tenacidad y formación que los otros géneros narrativos calificados de mayores.
Publicado el 2 de abril en Siglo XXI