Monday, September 21, 2009

GOMORRA, de Roberto Saviano

Con cientos de miles de ejemplares vendidos, innumerables traducciones desde el 2006 y una más que aceptable adaptación cinematográfica, GOMORRA está llamado a ser uno de los títulos mayores de nuestro tiempo, comercialmente hablando. Su autor, el periodista italiano Roberto Saviano (Nápoles, 1979), a causa de la publicación, ha sido condenado a muerte por la Camorra, nombre del conglomerado de la mafia napolitana.

Esta publicación es también una señal que nos confirma el buen momento que atraviesa la literatura de no ficción. Si la memoria no me es tramposa, este escritor y eventual reseñista no recuerda que un libro alejado de las parcelas de la ficción haya tomado tanto vuelo a pocos años de su salida al mercado.

Empero, lo que vengo percibiendo es el aura de cierta mano laxa, poco criterio, floja argumentación al momento de resaltar las virtudes del texto. Antes de lanzarme a escribir esta columna, invertí cinco minutos de mi tiempo en buscar artículos y reseñas relacionados con este digno trabajo del periodismo de investigación, y no demoré en toparme con “fellatios” y “sobadas” que delataban la carencia de la lectura previa (e íntegra) al que debe ser sometido todo texto si es que se pretende escribir de él.

En GOMORRA se goza de un controlado respiro gonzo, el autor no es presa de la algarabía de otros colegas seducidos por el ego-protagónico, en este sentido es clara la evidente investigación sustentada en entrevistas, testimonios y harto trabajo de búsqueda en archivos de bibliotecas. Cuando la narración parece estancarse en la misma sucesión de las tropelías cometidas en el puerto de Nápoles (en el que dicho sea, se sustenta muy buena parte de la economía occidental) y alrededores, nos topamos con recursos técnicos que nos refrescan para luego volver con interés a sus páginas, como el extenso capítulo dedicado a Mijaíl Kaláshnikov, creador de la homónima arma letal, la cual es el adminículo de preferencia, debido a lo fácil de usarla, de los matones de la Camorra.

Sin embargo, el libro adolece de cumbres a recordar. Superadas las tediosas treinta primeras páginas, prácticamente no dejamos de volar, nos convertimos en ríos de sangre a borbotones, nos convertimos en cómplices de la doble moral presente en todos aquellos que se benefician de la organización criminal. Pero en ningún momento nos sentimos contra la pared, no quedamos abstraídos. Esto se debe, seguramente, a la poca pericia narrativa del autor para administrar la información, la que en muchos casos nos son presentadas de sopetón, pasando por alto las pausas (válido tanto en ficción y no ficción) de lo que sería la articulación para la puesta en escena.

A nadie le gustaría estar en el pellejo de Saviano. Por ello, no deben dejar de sumarse las voces y firmas de apoyo hacia quien fue consecuente con su vocación de periodista, plasmando en texto, letra viva que lo sobrevivirá, lo que muchos sabían pero que por cobardía e interés callaron por décadas.

Editorial: Debate

Publicado en Siglo XXI

Monday, September 14, 2009

Regularona adaptación de CRÍMENES IMPERCEPTIBLES

Hace buen tiempo reseñé la novela CRÍMENES IMPERCEPTIBLES (Premio Planeta Argentina 2003), del narrador Guillermo Martínez, a quien también entrevisté. Ambas entregas fueron publicadas en este medio.
Resulta entonces inevitable que no opine sobre su adaptación cinematográfica, que bajo el título de LOS CRÍMENES DE OXFORD estuvo a cargo del director español Alex de la Iglesia.
Sabemos bien las diferencias de las parcelas literarias con las cinematográficas, cada una es independiente en su realización, desarrollo y alcances formales. En lo que ahora nos compete, pues CI nos reveló a un escritor no solo talentoso, sino también sumamente inteligente. No es locura alguna catalogarlo como uno de los más atendibles narradores latinoamericanos de hoy, es de los pocos que se salvan de las mentiras a las que nos vienen acostumbrando las grandes casas editoriales, vendiéndonos novelastros por doquier, basuras a las que hay que sindicar ante tanta metida de dedo.
Las adaptaciones cinematográficas no tienen que ser fieles a las líneas argumentales de sus fuentes (novelas, dramas, cuentos, biografías), en absoluto; mas sí respetar el espíritu que ellas motivan. En este sentido, De la Iglesia sí ha respetado el espíritu de CI, pero se ha olvidado de la esencia que no solo trasunta el policial negro, sino también el policial enigma: la relación entre sus personajes.
Arthur Seldon (John Hurt) y Martin (Elijah Wood) deben poner fin a una serie de crímenes que acaecen en Oxford. Seldon es uno de los lógicos más respetados del siglo XX, Martin es un talentoso joven matemático que cierta tarde encuentra muerta a su casera; esta era también muy amiga de Seldon, a quien se le comunicó del asesinato a través de una nota que se le hizo llegar después brindar una conferencia. A partir de entonces se desarrollan una serie de crímenes avisados, desafíos intelectuales a Seldon, que tienen el objetivo de dejar sin sustento las teorías lógicas que son la base de su reconocimiento mundial.
La película hace alarde de un buen pulso narrativo, pero la señalada relación de sus personajes es un punto insalvable, hace de esta una más del montón de policiales que se refocilan en la fórmula “Crimen – Culpable”, ni siquiera los personajes secundarios de Beth (Julie Cox) y Lorna (Leonor Watling) sirven para otorgarle esa cuota de densidad en la configuración de las sensibilidades. De la Iglesia peca de complaciente, desaprovecha las pulsiones oscuras que mueven a Seldon, los dramas de Martin nos ligan a Britney Spears al borde del colapso (no es broma).
El policial, ya sea en cine y literatura, se enriquece de la fuerza en el perfil de sus protagonistas, sin importar la historia, ni su desarrollo. El director lo sabe bien, pero a lo mejor se dejó llevar por el hecho de que la película iba a ser exhibida para un público fuera del circuito hispanohablante (LCO está filmada en inglés), lo que evidentemente produjo un tratamiento dócil, hasta pueril, con tal de agradar a todos.
LCO no es una mala película, esta cumple su cometido comercial de entretener, pero de un artista de la talla de Alex de la Iglesia, uno espera muchísimo más, no por nada este escritor, a pesar de este señalamiento, le sigue admirando.
Publicado en Siglo XXI

Tuesday, September 01, 2009

JOY DIVISION, el documental

Joy Division, la legendaria banda inglesa de Manchester, se ha visto favorecida en el imaginario de las nuevas generaciones gracias a las muy buenas películas que esta indirectamente ha inspirado, como 24 HOUR PARTY PEOPLE, de Michael Winterbottom, y CONTROL, de Anton Corbijn. Fácil estas dos podrían entre las mejores treinta películas de la década. En lo personal, me inclino por la primera, por sus insuperables cimas de recursos narrativos que intercalan la ficción con el documental.
Este grupo desaparecido lo tiene todo para perdurar, talento por un lado y el efecto tanático por el otro, en el que se yergue la aún joven figura del cantante Ian Curtis, muerto por propia voluntad a la edad de veinticuatro años el 18 de mayo de 1980. Cierto es que la banda se recuperó de tamaño golpe, manteniendo vivo el proyecto musical primigenio con las entendibles variables que descollaron en lo que conocemos hoy en día como New Order. Sin embargo, la figura de Curtis nunca ha dejado de ser una referencia obligada, una especie de presencia en ausencia que en no pocos casos les ha traído más de un sinsabor.
Este cuarteto que descolló en la segunda mitad de los setenta merecía su documental. Confieso que minutos antes de verlo, pensé que me toparía con el refrito de la explotación de la imagen del suicida frontman. Pero no. Felizmente me equivoqué, gocé como nunca de mi prejuicio. El documental JOY DIVISION (2007) es una joya, un diamante de paranoica música oscurantista que cimentó las bases de lo que sería el rock pop ochentero.
El director Gran Gee equipara en justa medida el protagonismo de sus entrevistados, no deja de abordar, como es obvio, la figura de Curtis, pero lo más importante: resalta a la banda en su conjunto. En este sentido Peter Hook, Bernard Summer y Stephen Morris no son menos, cada quien sirve de pieza clave en lo que fue Joy Division, afianzando el concepto de que el grupo no era exclusivamente una figura, sino un amalgamiento de sensibilidades ansiosas por huir de la modorra de Manchester.
Joy Division solo grabó dos álbumes, UNKNOWN PLEASURES y CLOSER, pero paradójicamente se le asocia más por sus solitarias canciones escuchadas hasta hoy en todas las discotecas del mundo, como “Transmission”. Gee ahonda en los impulsos que llevaron a la grabación de ese par de álbumes, en cuyos procesos de edición tuvo mucho que ver Martin Hannet, genuina leyenda de la producción musical. Este par de trabajos vienen a ser la radiografía de lo que significaba vivir en una ciudad en donde no había árboles, en la que en cada esquina te topabas con una fábrica abandonada, en cuyas calles veías a miles de jóvenes que no sabían qué hacer con sus vidas. Joy Division recogió ese espíritu de desazón, perdición, cuando valía más ser un nihilista drogo que un esforzado ciudadano razonable.
Un documental de visión imprescindible para todo aquel que se precie de buen gusto musical, una buena forma de acercarnos a la influencia de una de las mayores bandas de nuestro tiempo.
Publicado en Siglo XXI